Mosaico de las Metamorfosis

Mosaico de las Metamorfosis

jueves, 30 de abril de 2015

Aviarium, consumo y caza de aves en Roma

Detalle de mosaico con perdiz, Villa de Materno, Carranque, Toledo

A finales del siglo I a. C., en Roma e Italia se extendió la captura de aves para su venta y consumo así como la cría. Varrón afirmaba que el caballero Marco Lenio Estrabón fue el primero en construir un aviarium:

“Tú hablas de esa otra clase de aviario que se dice que has construido para recreo junto a Casino, de la que se cuenta que de largo ha sobrepasado no sólo el arquetipo de aviario del inventor, nuestro amigo Marco Lenio Estrabón, nuestro hospedador en Brindis, que fue quien primero tuvo en el peristilo aves encerradas en la exedra, que criaba bajo una red, sino también a los grandes edificios de Lúculo en la región de Tusculum”. (R.R. III, 5, 8)

Este Lúculo quiso hacer un aviario en el que disfrutar de las cenas entre amigos mientras las aves volaban alrededor:  “ Bajo el mismo techo del aviario había incluido un comedor, donde con frecuencia cenaba voluptuosamente y veía a unas aves cocinadas puestas en la fuente de viandas y a otras, capturadas, revolotear alrededor de las ventanas. Pero lo encontraron inútil, pues las aves que revolotean entre las ventanas deleitan los ojos menos de lo que molesta el extraño olor que llena las narices”.

Pintura de Edwin Howland Blashfield

Fueron los niños y jóvenes quienes, en mayor medida, se apasionaron por la caza o captura de aves, casi siempre con la finalidad de someterlas en cautividad. Se trataba, por lo general, de aves comunes como chovas, patos o codornices. Desde César y Augusto los hijos de las grandes familias romanas fueron aficionándose a las aves exóticas o costosas como juguetes o entretenimientos.

El  hijo del poderoso Régulo, muerto prematuramente, jugaba con ruiseñores, papagayos y mirlos: “Poseía ruiseñores, papagayos y mirlos. A todos estos animales Régulo los ha hecho sacrificar alrededor de la pira funeraria. El motivo de ello no ha sido un verdadero dolor, sino una mera ostentación de dolor.” (Plinio, Ep. IV, 2)


Detalle de mosaico de la villa del Casale, Piazza Armerina, Sicilia

Incluso, poco a poco, algunos ciudadanos, transformándose en cazadores, comenzaron a dedicarse a la caza de aves por simple diversión. Ovidio ofrece a sus lectores el consejo de cazar aves para olvidar el amor:

“Hay una diversión más inocente, pero, a pesar de todo, diversión: el de conseguir pequeños trofeos con la caza de aves, ya sea con red, ya con cañas” (Rem. Am. 207-208).

En cualquier caso, esta afición rara vez fue propia de adultos y desde luego nunca de aristócratas o emperadores. No tenemos noticia de que ninguno de ellos se dedicara a matar pájaros como deporte, ni siquiera como preparación militar, a diferencia de lo que ocurría en el mundo griego.
En la novela de Longo los jóvenes adinerados de Metimna salían a cazar y pescar como entretenimiento y para abastecer sus mesas:

“También les atraía la caza de las aves, y con lazos atrapaban gansos silvestres, patos y avutardas, de modo que el placer les procuraba provecho  a la vez para su mesa.” (Longo, Dafnis y Cloe, L. II)


Detalle de mosaico con fauna acuática, Museo Nacional Romano, Roma

Ovidio creía firmemente en un pasado en el que las aves estuvieron largo tiempo a salvo de la  mano del hombre y libres de todo temor,  y repudiaba  los tiempos presentes en los que eran ofrecidas en la mesa y en el altar de los sacrificios:
“En otro tiempo habíais sido respetadas vosotras, aves, solaz del campo, raza inofensiva habitante de bosques, que construís nidos y bajo vuestras plumas incubáis los huevos; vosotras, que con sencilla voz emitís dulces melodías.” (Ov., F. I, 449-458)

También Ovidio arremete contra la costumbre de criar las aves, alimentarlas y luego comerlas:
“¡Qué perversos hábitos practica y cuán impíamente se prepara para un festín de sangre humana el que corta con el hierro la garganta de un ternero... o el que es capaz... de alimentarse con un ave a la que él mismo ha dado de comer ... Quitad las redes, los cepos, los lazos y las trampas ingeniosas… que vuestras bocas estén libres de esa pitanza y muerdan alimentos mansos” (Met. XV, 474-479).


Detalle de mosaico de la villa del Casale, Piazza Armerina, Sicilia

Un epigrama de Marcial ofrece  un interesante dato,  la costumbre de regalar aves silvestres en la fiesta de los Caristia (22 febrero) lo que hace pensar en una fuerte demanda de aves silvestres durante el mes de febrero:

“Si el tordo se pusiese amarillo para mí con la aceituna de Piceno, o el bosque de Sabina tendiese mis redes, o la presa de poco peso fuese arrastrada por mi caña alargada, y mi varilla engrasada retuviese los pájaros pegados a ella, el parentesco querido que nos une te haría el regalo que es habitual y no serían antepuestos a ti ni un abuelo ni un hermano. Ahora el campo oye el canto de los débiles estorninos y la queja de los pinzones y celebra la primavera con el trino melodioso de los gorriones; por un lado el labrador responde a la picaza que lo ha saludado, por otro el milano rapaz se alza volando casi hasta las estrellas que brillan en lo alto. Te envío, pues, unos regalillos de mi corral; si los aceptas tal como son, serás frecuentemente mi pariente” (Marc., IX, 54)

 Las pajareras (aviaria)  podían tener la doble función de  custodiar las aves para disfrutar de su vista y en algunos casos de su canto y de guardar a otras mientras se las engordaba para los banquetes.

“Hay dos clases de aviarios”, dice Merula, “uno para disfrute, como nuestro amigo Varrón aquí presente hizo en la parte baja de Casino, que encontró muchos admiradores; el otro para producción. De esta clase, algunos comerciantes los tienen en lugares cerrados tanto en la ciudad como en el campo, especialmente alquilando en la Sabina, porque allí, a causa de la naturaleza del terreno, aparecen muchos tordos.

Junto a las pajareras en las que se guardaba a las aves canoras y de vistoso aspecto existían palomares y gallineros donde se criaban aves productivas.

“Asimismo, debe disponer un cierto lugar separado de los otros por una red, al que se lleven las que estén criando y desde el que las madres puedan volar desde el palomar a los alrededores. Esto se hace por dos razones: una, si están desganadas o languidecen al estar encerradas, para que se restablezcan al aire libre cuando salgan al campo; la segunda razón, como cebo de atracción, pues las palomas, por los pichones que tienen, vuelven siempre a menos que las mate un cuervo o las arrebate un gavilán.” (Varrón, De Rerum Rusticarum, L.III)

Algunos autores comentan cómo se hacía engordar las aves para los banquetes, no sin cierta crítica.

“Las aves que se destinan a los festines, para que, quietas, engorden con facilidad, se las encierra a oscuras: de ese modo, al estar echadas sin hacer ningún ejercicio, una hinchazón indolente invade su cuerpo y bajo la penumbra crece una gordura insípida”.(Séneca, Ad Luc. CXXII)



Mosaico con perdiz, Museo de Brooklyn

En Roma ya se conocía la forma de cebar a las ocas para aprovechar su hígado, muy apreciado como delicia gastronómica.

“Luego aparecieron unos esclavos llevando en un gran plato de trinchar los miembros despedazados de una grulla macho con mucha sal y harina, el hígado de una oca blanca cebado con pingües higos.” (Hor. Sat., II, 8)

El propio Varrón describe el aviario que había hecho construir para sus pájaros como un lugar agradable: “En la entrada, a derecha e izquierda hay pórticos, con columnas de piedra en primer lugar; en la mitad, en su lugar, filas de arbolitos de porte bajo; desde la parte superior de la pared hasta el arquitrabe el pórtico se cubre con una red de cáñamo, como también desde el arquitrabe hasta el estilóbato. El espacio está repleto de aves de todas clases, cuyo alimento se administra a través de la red; el agua afluye por un estrecho riachuelo.”

En la Roma de Augusto, gracias a la Pax Augusta, se extendió la moda de importar aves de países lejanos, desconocidas para los romanos hasta entonces, y que empezaron a servirse en las mesas que exhibían el nuevo lujo que se estaba implantando en los banquetes.

“En cambio, si te sirven pavo, difícil será sacarte de querer estimular el paladar con esto más que con gallina, viciado por cosas vanas, porque rara ave se venda a precio de oro y despliegue el espectáculo de su vistosa cola, como si eso fuera pertinente. ¿Acaso te comes ese plumaje que alabas? ¿Cocido guarda su hermosura? ¡Y, no habiendo diferencia en la carne! ¡Mira que preferir uno a la otra engañado por las apariencias! Sea. (Horacio, Sat., II, 2)


Pintura con pavo real, Museo Arqueológico de Tarragona

 Ovidio evocaba los tiempos de la Roma arcaica en la que no se conocían aún estas aves exóticas: “En aquella época el Lacio no conocía aún el ave que la opulenta Jonia nos proporciona ni aquella que se deleita con la sangre de los pigmeos; en el pavo no se apreciaba más que su plumaje y la tierra no nos había enviado las fieras que previamente capturara” (Fastos,  VI, 179-183). 

Ovidio se refiere, por ejemplo, al francolín, que si bien habita en Africa y el sur de Europa era el de Jonia el que los gastrónomos solicitaban más asiduamente.
En el Satiricón uno de los convidados se lamenta de que no se aprecien en la mesa las aves que están al alcance y sí aquellas que vienen de fuera:

“Aves como el faisán –importado de Fasia, en Cólquide– o la pintada africana son sabrosas a nuestro paladar porque no es nada fácil conseguirlas. En cambio, la oca blanca o el pato, con las variables tonalidades de sus abigarradas plumas, saben a plebeyo... Lo que escasea es siempre lo mejor” (Petronio, Satir., 93, 2.).




Mientras que las aves domésticas se criaban en los aviarios, las aves silvestres se cazaban mediante diferentes sistemas: con redes, lazos o el aucupium. Por tanto en Roma no tardó en aparecer la figura del pajarero: el auceps o cazador profesional  y con él la depuración de las técnicas de la captura de aves silvestres que Grecia, sin embargo, conocía desde mucho tiempo antes: El auceps cazaba las aves siempre vivas, casi nunca dándoles muerte, como señala un texto de Opiano:

“Verdaderamente, ni para el pescador de caña ni para el que captura pájaros con liga, la caza está desprovista de esfuerzo, pero su fatigosa tarea únicamente va acompañada de deleite, no de matanza, y están libres del derramamiento de sangre”(Cynegetica, I, 52-56).

Los aucepspertenecían a la familia rustica con el cometido de obtener y vender la caza en beneficio del dueño. Debían demostrar cualidades que les permitieran cumplir sus funciones con eficacia: destreza para preparar las trampas, conocimiento del medio y de las costumbres de los pájaros, actuar con sigilo, saber mantener la  atención y gozar de buen oído, y, por supuesto exhibir su habilidad en la aproximación del calamus, la caña untada en la extremidad con un elemento viscoso que el pajarero profesional llevaba consigo para atrapar las aves.

Las cañas o varetas, a veces encajadas unas en otras eran aproximadas poco a poco al pájaro que estaba posado en el árbol, que era atraído con la música de la flauta o la imitación de su canto.

“No se engaña solamente al ave con la vareta, sino también con el canto, mientras la maliciosa caña se alarga con el empuje de la silenciosa mano.” (Marcial, XIV, 216)

Mono cazando con liga, Museo de Estambul,
(foto de Jeremy Brooks, Flickr)

El viscum o liga es una sustancia viscosa obtenida principalmente del jugo del muérdago y algunas otras plantas, con la cual se untan espartos, mimbres o juncos para atrapar pájaros. El pájaro se quedaba adherido a estas varas por esta sustancia pegajosa que le impedía mover las alas:

“Apenas brotó el muérdago, la golondrina comprendió el peligro que amenazaba a las aves, tras reunir a todos los pájaros les aconsejó cortar las encinas donde el muérdago nace y, si esto les era imposible, que fueran a refugiarse con los hombres y les suplicaran que no usaran el poder del muérdago para capturarlo." (Esopo, Fab. 39)

La fabricación del viscum,  tarea de la que se encargaba generalmente el auceps, era muy elaborada. Se obtiene de las pepitas del muérdago todavía verdes, puestas a secar y luego aplastadas y puestas a fermentar en agua. Machacadas de nuevo con una maza se  consigue una pulpa fluida y pegajosa que emulsionada con aceite sirve para pegar las plumas de los pájaros que entran en  contacto con ella.
“No engañéis al pájaro con la vara embadurnada de muérdago." (Met., Ovid.,  15)


Detalle de mosaico con auceps cazando pájaros, Museo del Bardo, Túnez
(Foto de medieval poc Flickr)
La masa de follaje de la parte baja del árbol  ocultaba a la vista de los pájaros un entramado de tablones de madera, dispuestos en círculo y atados con cuerdas en las gruesas ramas bajas, sobre los que se movía constantemente el cazador, con las manos aceitadas o cargadas de ceniza, para ir reponiendo en las perchas las varetas untadas de liga que iban cayéndose por la acción de los pájaros que las tocaban o quedaban adheridas al cuerpo del ave.

“Y alrededor había una gran cantidad de pájaros de invierno, que no podían procurarse su alimento fuera: numerosos mirlos, tordos,  torcaces y estorninos y de cuantas otras clases de pájaros que viven de la hiedra.
Con el pretexto de cazar estas aves salió Dafnis, con su zurrón repleto de pasteles de miel y cargado de liga y redes para dar fe de su intención… a la carrera, pues, llegó hasta la casa y, después de sacudirse la nieve de las piernas, tendió las redes y untó con la liga largas varas; luego se sentó, atento a los pájaros y a Cloe.
Pájaros vinieron muchos, en efecto, y cayeron los suficientes para darle mil trabajos recogerlos, matarlos y desplumarlos.” (Longo, Dafnis y Cloe, L.III)

Por otro lado, como estas aves podían interferir en la caza de aves que se destinaban a la mesa, los pajareros tenían que evitar que algunas aves menores fueran atrapadas por gavilanes u halcones, y se dedicaban a cazarlas a su vez:
“Los palomeros suelen matarlos con dos ramas untadas con liga clavadas en tierra curvadas una hacia la otra; entre ellas ponen un animal atado de los que los gavilanes suelen atacar, y así, al untarse con la liga, se ven frustrados. Conviene notar que las palomas suelen volver a su sitio, porque en el teatro muchos las sacan de su seno y las sueltan, y vuelven a su lugar; y si las palomas no volvieran, no las soltarían.”

Perdiz enjaulada como reclamo Amman, Jordania

Otra forma utilizada para hacerse con las aves del campo es la caza con reclamo. En el caso de la perdiz, se empleaba una ya amaestrada para que atrajera a otras de su misma especie.

“Las perdices saben corresponder a sus cuidadores y, para ello, atraen también ellas a las perdices libres y salvajes, al igual que las palomas. La perdiz mansa atrae a las salvajes empleando  los trucos de una sirena para reducir a las demás. Se yergue y lanza su canto, que  comporta un desafío y es como una provocación al ave salvaje a la lucha, mientras ella permanece al acecho junto a la trampa o lazo. Luego el más valiente macho salvaje responde con su canto y avanza presto a la batalla en defensa de su pollada. Entonces el ave mansa  retrocede fingiendo que tiene miedo. El otro avanza muy ufano, dando ya por segura la victoria, y es cogido en la trampa y capturado”. (Claudio Eliano, Historia de los Animales, I, 16)

Parece que los aucupes se sirvieron de  aves rapaces para cazar a otras aves menores Algunos autores mencionan la colaboración del halcón o la lechuza con el pajarero en la caza de aves.

Detalle de mosaico con lechuza, Itálica, Sevilla
“La lechuza es un ave astuta y parecida a las brujas. Cuando es capturada, captura ella enseguida  a sus cazadores. Por esto, ellos la llevan de aquí para allá sobre sus hombros como a un ser mimado o ¡por Zeus!, como un hechizo. Por la noche vela el sueño de su amor y con un susurro, que es como un señuelo, derrama un sutil y dulce encantamiento que atrae a las aves y las incita a posarse a su lado. Incluso durante el día practica con las aves otro sistema de señuelo para atontarlas, consistente en poner una diferente expresión de cara en diferentes circunstancias, y todas las aves se quedan hechizadas, aturdidas y presas de terror, de un terror enorme, a causa de las transformaciones faciales del ave.” (Claudio Eliano, Hª de los animales, I, 29)

Los halcones, gavilanes y lechuzas se utilizaron como aves de presa para cazar otras aves menores:

“Depredador ha sido de aves. Sirviente ahora ese mismo de un pajarero, caza las aves y le da pena no haberlas cazado para sí. (Gavilán, Marcial, XIV, 217)

También las utilizaron como señuelo utilizando la caña y la liga:

“El cazador coloca a la lechuza en un soporte, le ata una cuerda y tira de ella para que ésta se mueva y atraiga a los otros pájaros. Pone en torno a ella varitas untadas con liga y las aves al acercarse quedan prendidas en ellas.” (Dionisio, Ixeutica)




La sociedad romana –y la clase aristocrática en particular– incurrió en una actitud de cierto cinismo cuando rechazaba la figura del auceps y sus execrables técnicas de caza pero consumía en las mesas sus capturas. Los mirlos eran capturados con lazo en época de Augusto para ser comidos y aparecen con palomas servidas en un plato. La rabadilla del pichón era muy apreciada y se servía churruscadita: “Vimos luego servir mirlos con su pechuga tostada y pichones sin las ancas”. (Hor., Sat. II, 8, 91).

Otra actividad del aucepsera cazarlas vivas y venderlas para su exhibición sobre todo con el fin de que hablasen  (urracas) o cantasen (mirlos, ruiseñores).  Licinio Arquias, un cliente de Cicerón, dejó un epigrama en el que advertía cómo los dioses protegen especialmente a las aves cantoras de las trampas de los aucupes:

“Un mirlo persiguió a unos tordos por encima de un vallado
y con ellos cayó en el pliegue de una aérea red.
A éstos la cuerda los aprisionó firmemente sin escapatoria posible;
sólo a él dejó salir de la entrelazada celada:
sagrada es ciertamente la raza de las aves canoras,
pues incluso una simple trampa respeta a esos pájaros” (Antol.Palat. IX 343).



Otro destino de las aves capturadas vivas pudo ser el de participar en competiciones como es el caso de las perdices citadas en la obra de Eliano.

“Los que crían perdices reñidoras, cuando las incitan a pelear con otras, hacen que cada hembra esté junto a su macho, pues han encontrado este ardid como remedio contra cualquier cobardía y repugnancia a la lucha, […]
Las perdices que poseen un canto penetrante y musical son conscientes de su destreza sonora. Asimismo, las perdices belicosas, que intervienen en competiciones, creen que, cuando son capturadas, no serán tenidas simplemente como destinadas al sacrificio, y por esto, en el momento de su captura no se pelean con los cazadores con el propósito de no ser cogidas”.
(Claudio Eliano, L.I)


Algunas aves podían ser cazadas por ser signo de mal augurio o por ser una molestia. Macrobio cuenta una anécdota sobre el emperador Augusto que pasaba unas noches en una casa de campo y era molestado o atemorizado por el canto de una lechuza:

“También a un soldado le toleró [Augusto] no sólo libertad de palabra, sino una desconsiderada insolencia. En una casa de campo pasaba noches inquietas porque le interrumpía con frecuencia el sueño el grito de una lechuza. Un soldado, hábil en la caza de pájaros (aucupi peritus), tomó cuidado de capturar la lechuza y se la llevó en la esperanza de recibir un premio vistoso. El general lo elogió y ordenó darle mil sestercios; éste osó replicar: “Prefiero que viva” y dejó volar el pájaro. ¿Quién no queda asombrado de que César Augusto, sin sentirse ofendido, haya dejado marchar a aquél soldado arrogante?”.

No se sabe con seguridad si estaban los aucupes –dados los poco gratos o discutibles objetivos de su trabajo– bajo protección de algún dios.  La única referencia que hay  es la del dios etrusco Vertumno  que presidía el cambio de las estaciones, y que en la ciudad de Roma disponía de un pequeño santuario. Propercio dice de él que era el dios protector de caza de aves con plumas:

“Voy de caza cuando llevo las redes a mi espalda: pero cuando tomo la vareta de liga soy un dios protector de la caza de emplumadas aves”(Propercio, IV, 2, 34-35).


Pintura con ave, Villa de Oplontis, Stabia, Italia

Bibliografía: