“Tras prometerte que sólo cinco días estaría en el campo, quedo como un mentiroso y todo el mes de agosto se me echa de menos. Ahora bien, si quieres que esté sano y tenga la salud que conviene, la misma licencia que me das cuando estoy enfermo, has de dármela cuando temo enfermar, Mecenas; mientras los primeros higos y el calor le ponen al enterrador una escolta de enlutados lictores.” (Horacio, Epístolas, I, 7)
Horacio en la villa, Camilo Miola, Museo de Capodimonte |
Los ricos propietarios romanos encontraron en la costa un lugar ideal donde ubicar sus villas de recreo romanas. Allí encontraban un lugar alejado de la urbe para olvidarse de los negocios y el ajetreo de las calles abarrotadas de gente, y también un entorno con un clima benévolo donde el aire marino proporcionaba una temperatura agradable más llevadera que la de la ciudad.
¡Oh dulce litoral de la templada Formias! A ti, cuando huye de la ciudad del severo Marte y, cansado, se despoja de las preocupaciones que le inquietan, Apolinar te prefiere a todos los lugares. Ni el dulce Tíbur de su casta esposa, ni los retiros de Túsculo o del Álgido, ni Preneste y Ancio los admira él así. A la seductora Circe o a la dárdana Gaeta no las echa en falta, ni a Marica, ni al Liris ni a Salmacis, bañada en el venero Lucrino. Aquí lo más alto de Tetis lo riza un viento ligero; y no está el mar como sin fuerzas, sino que la calma viva del ponto mueve el pintado bajel con la ayuda de la brisa, lo mismo que, con el abaniqueo de la púrpura de una joven a la que no le gusta el calor, llega un fresco saludable. (Marcial, Epigramas, X, 30)
Despedida, Pintura de Ettore Forti |
Esta circunstancia dio pie a algunos autores a ensalzar el encanto y la ventaja del mundo rural o de zonas alejadas de la ciudad de Roma, donde se podía disfrutar de lo mejor de ella, pero sin caer en el exceso y la desvergüenza que se podía encontrar en la urbe o en las ciudades de recreo vacacional.
"Mientras tú quizás andas de aquí para allá sin descanso, Juvenal, por la bulliciosa Subura o te pateas el monte de la soberana Diana; mientras de puerta en puerta de los poderosos te hace aire la toga que hace sudar y, en tu vagar, el Celio mayor y menor te fatigan, a mí, después de muchos diciembres reencontrada, me ha acogido y me ha hecho un campesino mi Bílbilis, orgullosa de su oro y de su hierro. Aquí cultivo perezoso con un trabajo agradable el Boterdo y la Plátea —las tierras celtíberas tienen estos nombres demasiado rudos—, disfruto de un sueño profundo e interminable, que a menudo no lo rompe ni la hora tercia, y ahora me recupero de todo lo que había velado durante tres decenios. No sé nada de la toga, sino que, cuando lo pido, me dan de un sillón roto el vestido más a mano. Al levantarme, me recibe un hogar alimentado por un buen montón de leña del vecino carrascal y al que mi cortijera rodea de multitud de ollas. Detrás llega el cazador, pero uno que tú querrías tener en un rincón del bosque. A los esclavos les da sus raciones y les ruega que se corten sus largos cabellos el cortijero, sin un pelo. Así me gusta vivir, así morir." (Marcial, Epigramas, XII, 18)
Ilustración Andy Gammon |
La ciudad de Bayas, situada en la costa de Campania, convertida en lugar de recreo veraniego en la época imperial, tiene sus orígenes en el siglo III a. C., cuando era un lugar fundamentalmente religioso. En el siglo I a. C., Pompeyo limpió el litoral de piratas y los patricios romanos comenzaron a construir allí sus residencias de verano.
Bayas tenía dos complejos termales solo inferiores en tamaño y prestigio a las termas de Roma, también acuarios y piscifactorías con las que asegurarse el pescado y marisco fresco todos los días. Las villas y edificios estaban decorados con mosaicos, frescos extraordinarios, mármoles y réplicas de esculturas griegas. Además, había un muelle privado, fastuosos jardines y la Piscina Mirabilis, una cisterna con capacidad para cerca de 13.000 metros cúbicos que se encargaba del suministro de agua dulce.
Sin embargo, Bayas no era una ciudad porque carecía de edificios civiles y políticos, solo era un complejo vacacional para ciudadanos ricos e influyentes. Allí se celebraban fiestas donde corría el vino en exceso y los banquetes que se prolongaban en largas veladas nocturnas durante los cuales tenían lugar todos los lujos y vicios, lo que la llevó a ser llamada «ciudad del pecado» y ser criticada por historiadores, poetas y escritores.
Pintura de Henryk Siemiradzki |
Según Plinio el joven, algunos consideraban el clima de montaña, en su época, más beneficioso que el de la costa, por lo que los ciudadanos más adinerados disponían de residencias en distintas localizaciones geográficas para elegir estancia de acuerdo a la estación del año en la que se encontraban.
“Te agradezco sinceramente la preocupación e inquietud que me has demostrado, al intentar persuadirme de que no pase el verano en mi villa de la Toscana, cuando te enteraste de mi intención de hacerlo así, ya que piensas que el lugar es insalubre. En verdad que la zona de la costa toscana inmediata al litoral es pestilente y peligrosa para la salud, pero mis propiedades se encuentran lejos del mar, más aún incluso yacen al pie de los Apeninos, considerados los más saludables de los montes.” (Plinio, Epístolas, V, 6)
“Te metes conmigo por quedarme en el campo, yo podría con más razón quejarme de que tú permanezcas en la ciudad. La primavera a deja paso al Verano; el sol ha completado su trayecto hasta el trópico de Cáncer y ahora avanza en su viaje hacia el polo. ¿Por qué debería desperdiciar palabras sobre el clima que tenemos aquí? El creador nos ha situado de tal forma que estamos expuestos a los calores vespertinos. Es decir, todo resplandece; la nieve se está derritiendo en los Alpes; la tierra está cosida a grietas. Los vados no son sino grava seca, las orillas duro barro, los llanos polvo; los arroyos languidecen y apenas pueden correr; en cuanto al agua, caliente no es la palabra; hierve. Todos sudamos en sedas ligeras y linos; pero allí estás en Ameria todo envuelto en tu amplia toga, hundido en un sillón, y diciendo entre bostezos: Mi madre era una Samia a alumnos más pálidos por el calor que por temor a ti. Puesto que amas tu salud, aléjate en seguida de tus sofocantes callejones, únete a nuestro hogar como el más bienvenido de todos los huéspedes, y en este, el más atemperado de los retiros evita al intemperado Sirio.” (Sidonio Apolinar, Epístolas, II, 2)
Los miembros de las élites de la antigüedad clásica invertían grandes cantidades de dinero en sus villas de recreo a las que se retiraban en épocas estivales para huir del calor de la urbe y donde se rodeaban de amigos o conocidos con los que seguir llevando en cierta medida la misma vida social y mantenían conversaciones sobre diversos temas en los jardines de estas villas, al resguardo de la sombra de frondosos árboles y rodeados de naturaleza.
“Cuando éramos estudiantes en Atenas, Herodes Atticus, hombre de rango consular y de verdadera elocuencia griega, a menudo me invitaba a sus casas de campo cerca de la ciudad en compañía del honorable Serviliano y otros varios compatriotas que se habían retirado de Roma a Grecia en busca de la cultura. Y allí en aquella época mientras estábamos con él en la villa llamada Cephisia, tanto en el calor del verano como bajo el abrasador sol otoñal, nos protegíamos de la difícil temperatura a la sombra de sus espaciosas arboledas, sus largos y suaves paseos, la fresca situación de la casa, sus elegantes baños de agua espumosa y el encanto de la villa que era en todo lugar melodiosa con el chapoteo del agua y armoniosos pájaros”. (Aulo Gellio. Noches Áticas, I, 2)
Pintura de Stepan Bakalowicz |
Los triclinios de verano que se situaban en los jardines se rodeaban de vegetación exuberante y de fuentes de agua que proporcionaban un entorno ameno y un ambiente más fresco para disfrutar de las cenas con invitados.
“En la cabecera del hipódromo está el stibadium de blanquísimo mármol, cubierto por una pérgola que está sostenida por cuatro columnas de mármol caristio. Debajo del stibadium el agua sale a chorros, casi como expulsada por los que están sentados encima; el agua se recoge en un canal y pasa a rellenar una pila de fino mármol, regulada de modo invisible para que esté siempre llena y nunca se desborde. Las viandas de mayor peso, si las hay, se apoyan en el borde de la pila, mientras que las más ligeras se llevan flotando en barquitos o aves simuladas. Enfrente hay una fuente que lanza y recoge el agua mediante un juego de cañerías que primero la echa hacia arriba y luego la traga abajo para volver a elevarla después.” (Plinio, Epístolas, V, 6)
El naturalismo romano permitía disfrutar de los placeres de las comidas campestres a la sombra de un árbol y en contacto con la naturaleza.
"Ahora con su repetido canto las cigarras rompen los matorrales,
ahora en su frío agujero se esconde el abigarrado
lagarto. Si eres discreto, recostado, remójate [ahora] con
el vidrio veraniego, o, si, más bien, quieres hacer uso
de nuevas copas de cristal. Ea, repara aquí tu cansancio
bajo la sombra de pámpanos y ciñe tu cabeza pesada con
una guirnalda de rosas, [graciosamente] gustando los besos
de una tierna doncella." (Apéndice Virgiliano, La Tabernera)
Triclinio de verano, Ilustración de Jean-Claude Golvin |
A la hora de elegir un terreno para edificar una villa, productiva o de recreo, había que tener en cuenta la orientación para que el calor del verano no resultase perjudicial para la producción o el bienestar.
"En las zonas calurosas, en cambio, debe preferirse la orientación norte que resulta igualmente buena para la producción, para la propia satisfacción y para la salud." (Paladio, De agricultura, I, 7, 3)
Ilustración de Jean-Claude Golvin |
En cuanto a la construcción de la casa en una villa había que tener en mente la climatología para ubicar y disponer las habitaciones de forma que quedasen resguardadas del intenso calor del sol en verano y al mismo tiempo permitiesen, con el uso de ventanas, las corrientes de aire que refrescasen el ambiente.
“Su encanto es grande en invierno, mayor aún en verano. Pues antes del mediodía refresca la terraza con su sombra, después del mediodía la parte más próxima del paseo y del jardín, la cual, según que el día avance o decline, cae por un lado o por otro, ya más pequeña, ya más grande. La misma galería cubierta está por completo libre de los rayos del sol, cuando el astro en todo su ardor cae a plomo sobre su tejado. Además, por sus ventanas abiertas deja entrar y hace circular el céfiro, y nunca la atmósfera llegar a ser pesada y agobiante.” (Plinio, Epístolas, II, 17)
Bibliografía
Las Epístolas de Plinio el Joven como fuente para el estudio de las uillae romanas; Alejandro Fornell-Muñoz
La arquitectura de la Villa Laurentina; Ignacio Villafruela García
Design with climate in ancient Rome: Vitruvius meets Olgyay; John Gelder
Otium as Luxuria: Economy of Status in the Younger Pliny´s Letters; Eleanor Winsor Leach
The Simple Life in Vergil's "Bucolics" and Minor Poems; Elizabeth F. Smiley
The Cambridge Companion to Horace, Town and country; Stephen Harrison