Baño de Diana, Mosaico de las Metamorfosis, Villa romana de Carranque, Toledo |
El mito de Acteón presenta a un joven, hijo de Aristeo y Autónoe, que instruido por el centauro Quirón, se convirtió en un gran cazador. Un día, mientras Acteón recorría los bosques en compañía de sus perros, encontró a la diosa Diana (Artemis), en un claro junto a un lago, bañándose con sus ninfas, tras una jornada de caza. Acteón se quedó un largo rato contemplando a la diosa desnuda, y, cuando finalmente ella, que era muy cuidadosa con su intimidad, advirtió su presencia, se enojó lo transformó en ciervo, provocando que sus propios perros, al no reconocerlo, lo atacaran y despedazaran.
Según Ovidio, el encuentro de Acteón con Diana se produce en un escenario idílico, el valle de Gargafia, en un lugar apartado con una gruta natural, junto a la que corre un manantial en el que la diosa solía bañarse, acompañada de un cortejo de ninfas, tras un día de caza durante su baño es fortuito, pero sufre la ira de la diosa igualmente. Allí, de forma involuntaria, la encuentra Acteón, el cual, al ser visto por las mujeres, provoca la ira de la diosa, quien procede a pronunciar unas palabras por las que el joven cazador empieza a transformarse en un ciervo, el cual huye y acaba perseguido y despedazado por sus propios perros de caza, con lo cual queda saciada la sed de venganza de la diosa.
“Había un valle cuajado de pinos y de puntiagudos cipreses, conocido
por Gargafia, consagrado a Diana, la de corto vestido, y
en cuyo más apartado rincón hay una gruta, rodeada de selva
y en la que nada es obra del arte; la naturaleza con sus propias
habilidades había imitado al arte; y así, con piedra pómez viva
y con ligeras tobas había trazado un arco natural. A la derecha
murmura un manantial de delgada y límpida corriente y rodeado,
en su amplia salida, de orillas herbosas. Aquí solía la diosa de
las selvas, cuando estaba fatigada de la caza, bañar en el crista-
lino líquido sus miembros virginales. Cuando llegó allí, entregó a
una de sus ninfas. que cuidaba de sus armas, la jabalina, la aljaba
y el arco destensado; otra recogió en los brazos el vestido que la
diosa se ha quitado; otras dos le desatan el calzado; y, más diestra
que aquellas, la isménide Crócale reúne en un moño los cabellos
que caían sueltos por el cuello de la diosa, bien que ella misma
los llevaba flotantes…
Diana en el baño, Volubilis, Marruecos, foro Jerzy Strzelecki |
Y mientras allí se baña la Titania en sus aguas acostumbradas, he
aquí que el nieto de Cadmo, después de suspender sus trabajos, y
errando a la ventura por un bosque que no conoce, llega a aquella
espesura; pues los hados lo llevaban. Tan pronto como penetró en
la gruta que destilaba la humedad del manantial, las ninfas, al ver
a un hombre, desnudas como estaban, se golpearon los pechos, lle-
naron de repentinos alaridos todo el bosque, y rodeando entre
ellas a Diana la ocultaron con sus cuerpos; pero la diosa es más
alta que ellas y les saca a todas la cabeza. El color que suelen tener
las nubes cuando las hiere el sol de frente, o la aurora arre-
bolada, es el que tenía Diana al sentirse vista sin ropa. Aunque a
su alrededor se apiñaba la multitud de sus compañeras, todavía
se apartó ella a un lado, volvió atrás la cabeza, y, como hubiera
querido tener a mano sus flechas, echó mano a lo que tenía, al
agua, regó con ella el rostro del hombre, y derramando sobre sus
cabellos el líquido vengador, pronunció además estas palabras que
anunciaban la inminente catástrofe: "Ahora te está permitido contar
que me has visto desnuda, si es que puedes contarlo". y sin
más amenazas, le pone en la cabeza que chorreaba unos cuernos
de longevo ciervo, le prolonga el cuello, hace terminar en punta
por arriba sus orejas, cambia en pies sus manos, en largas patas
sus brazos, y cubre su cuerpo de una piel moteada.
Diana y Acteón. Siria. Foto Egisto Sani |
Añade también un carácter miedoso; huye el héroe hijo de Autónoe,
y en su misma carrera se asombra de verse tan veloz. y cuando vio
en el agua su cara y sus cuernos, "iDesgraciado de mí!" iba a decir,
pero ninguna palabra salió; dio un gemido, y ése fue su lenguaje;
unas lágrimas corrieron por un rostro que no era el suyo,
y sólo su primitiva inteligencia le quedó. ¿Qué podría hacer? ¿Vol-
ver a casa, a la mansión real, o esconderse en las selvas? La vergüenza
le impide esto, el temor aquello. Mientras vacila, lo han
visto los perros'; Melampo y el rastreador Icnóbates han sido los
primeros en dar con sus ladridos la señal, de Gnosos Icnóbates,
de raza espartana Melampo…
Diana y Acteón. Pompeya. Foto Carole Raddato |
Toda la jauría le persigue, ansiosa de botín, por rocas y peñascos,
por riscos inaccesibles, por donde el camino es difícil. por donde no existe camino.
Huye él a través de parajes por los cuales muchas veces había él perseguido,
iay! huye de sus propios servidores. Anhelaba gritar: "Yo
soy Acteón, reconoced a vuestro dueño". Pero las palabras no acuden
a su deseo; atruenan el aire los ladridos. Melanquetes I le hizo
las primeras heridas en el lomo; siguieron las de Terodamante;
Oresítrofo hizo presa en el hombro. Habían partido después que
los otros, pero a través de atajos de la montaña se adelantaron
en el camino. Mientras ellos sujetan a su dueño, se congregan los
demás de la tropa y juntan sus dientes en aquel cuerpo. No hay
ya espacio que herir; gime él, y su voz, aunque no es de hombre,
no podría tampoco emitirla un ciervo, y colma de lúgubres lamentos
las alturas que le son tan conocidas; y con las rodillas
contra el suelo, en actitud suplicante y como si algo pidiera, mueve
a un lado y otro el rostro, como si alargara sus brazos. Pero sus
compañeros, que nada saben, azuzan con sus habituales gritos al
arrebatado tropel, buscan con los ojos a Acteón, y a porfía gri-
tan "Acteón", como si estuviera ausente -al oir su nombre vuelve
él la cabeza-, y se lamentan de su ausencia y de que por desidia
no asista al espectáculo de la presa que se les ha presentado.
El bien quisiera estar ausente, pero está presente; y quisiera ver,
pero no notar además las salvajes hazañas de sus propios perros.
Por todas partes le acosan, y con los hocicos hundidos en su cuerpo
despedazan a su dueño bajo la apariencia de un engañoso ciervo.
y dicen que no se sació la cólera de Diana, la de la aljaba, hasta
que acabó aquella vida víctima de heridas innumerables.” (Ovidio, Metamorfosis, III)
En la época clásica griega el castigo al que Artemis somete a Acteón no se debe a que la sorprendiese durante su baño, sino a que se había permitido jactarse de ser mejor cazador que la diosa, razón por la que esta aparece siempre vestida en las obras artísticas.
Artemis y Acteón. Metopa de templo en Selinonte. Museo Arqueológico de Palermo |
En el periodo helenístico aparece el tema del baño de la diosa. Calímaco establece una relación de amistad entre Acteón y Diana para conferir al episodio un mayor dramatismo por la inflexibilidad de la diosa ante la acción involuntaria de un amigo
“¡Cuántas víctimas quemará, andando el tiempo, la Cadmeide en el ara sacrificial, cuántas Aristeo, suplicando ver ciego a su hijo único, el adolescente Acteón! Y, sin embargo, éste será compañero de correrías de Ártemis la grande; y ni esas correrías compartidas, ni las flechas que juntos arrojarán en las montañas, podrán salvarlo cuando, involuntariamente, vea el placentero baño de la diosa; sus propios perros se lo cenarán, a él, que fuera su amo.” (Calímaco, Himnos, V)
Otros autores atribuyen la muerte a otros motivos. Pausanias relata que Diana envuelve al joven cazador en una piel de ciervo para evitar su boda con Sémele, con quien Zeus quería unirse.
“Viniendo desde Mégara hay una fuente a la derecha, y avanzando un poco, una roca. La llaman “lecho de Acteón”, porque dicen que sobre esta roca dormía Acteón cuando se cansaba de cazar, y dicen que en la fuente vio a Ártemis bañándose. Estesícoro de Hímera7 cuenta que la diosa cubrió a Acteón con una piel de ciervo y así preparó su muerte por medio de sus perros, para que no tomara por mujer a Sémele.
Yo estoy convencido de que, sin intervención de la divinidad, la rabia atacó a los perros de Acteón. Se volvieron locos y habían de despedazar a todo el que encontraran, sin distinción.” (Pausanias, Descripción de Grecia, IX, 2, 3)
Acteón. Museo Corinium, Cirencester, Inglaterra. |
El autor Diodoro Sículo justifica el enfado de la diosa por la pretensión de Acteón de contraer matrimonio con ella o por pensar que era mejor cazador.
“A continuación, dicen, se trasladó a Beocia, donde se casó con una de las hijas de Cadmo, Autónoe, con quien engendró a Acteón, quien, según cuentan los mitos, fue despedazado por sus propios perros. Algunos relacionan la causa de esta desventura con el hecho de que, en el templo de Artemis, como premio a las primicias de caza que había consagrado a la diosa, había proyectado que se celebrara su matrimonio con Artemis; pero otros dicen que fue porque declaró que aventajaba a Ártemis en la caza. No es inverosímil que la diosa se irritara por ambas causas; bien porque Acteón se aprovechara de sus capturas de caza para obligar a aquella que no quería tomar parte en la boda y satisfacer así su propio deseo, bien porque se atreviera a declarar que era mejor cazador que ella, cuando incluso los dioses han renunciado a rivalizar con ella en estas artes, lo cierto es que la diosa concibió contra él una cólera justificada. En suma, es verosímil que su aspecto fuera metamorfoseado en uno de los animales salvajes capturados y que sus perros, que tenían por presa a todos los animales salvajes, lo mataran.” (Diodoro Sículo, Biblioteca Histórica, IV, 81, 4)
Casa de Salustio, Pompeya. Acuarela de Josef Theodor Hansen (1886) |
Ovidio utiliza la desdichada fortuna que se abatió sobre Acteón para ilustrar la suya en el destierro en Tomis, ninguno puede volver a casa, Acteón por enojar a una divinidad, Ovidio al emperador.
“Sin pretenderlo, Acteón contempló desnuda a Diana y, sin embargo, no por ello fue menos presa de sus propios perros; y es que, a los ojos de los dioses, hasta el azar hay que expiarlo y un hecho casual no obtiene el perdón, si ha sido ofendida una divinidad.” (Ovidio, Tristes, II, En defensa de su poesía)
Nono de Panópolis presenta a un Acteón, que ante la vista de la diosa se queda observando y muestra intención de seguir contemplando su desnudez, por lo que no se ve tan inocente como el joven descrito por Ovidio.
“Ocurrió que un día, sentado en lo alto de un roble de elevado tronco vio todo el cuerpo de la Arquera mientras se estaba bañando. Él, Ávido observador de la diosa que no se debe ver, recorrió con sus ojos la casta piel de la virgen no desposada, y la vio de cerca. Pero mientras espiaba con furtivos ojos la figura sin ropa de la soberana, una ninfa Néyade lo vio a lo lejos con torvos ojos. Apabullada, prorrumpió en gritos y comunicó a su soberana el irrefrenable atrevimiento de un varón loco de amor.” (Nono de Panópolis, Dionisiacas, V, 305)
Diana y Acteón. Casa de Octavio Quartius, Pompeya |
“Sus perros no reconocieron ya más a su antiguo amo que había cambiado de naturaleza. La cruel Arquera en su resentimiento los enloqueció con un inapelable signo de su cabeza; y en este rabioso desvarío, presos de un furioso aire, ellos aguzaron la doble fila de sus parejos dientes asesinos de cervatillos. Y desorientados ante el falso aspecto de un ciervo, devoraron su moteado cuerpo, que no le pertenecía, con irracional furor. Pero la diosa pensó otro tormento. Que los perros con lentas mandíbulas desgarraran poco a poco a Acteón, que aún respiraba y estaba consciente, a fin de atormentar su corazón con los dolores más agudos.” (Dionisiacas, V, 330)
Acteón. Mosaico de Conimbriga, Portugal |
De acuerdo con Apolodoro, los perros, tras matar a su amo, sin haberlo reconocido, recorren el bosque buscando a su amo, y llegan donde está Quirón, quien crea una estatua de bronce con la figura de Acteón para ellos.
“Tras la muerte de Acteón, los perros lo buscaron aullando en términos que movían a piedad, y solo se consolaron con una estatua que había modelado el centauro Quirón a imagen y semejanza del joven cazador.” (Apolodoro, Biblioteca Mitológica, IV, 4).
En la antigüedad se realizaron obras artísticas que reflejaban el mito de Acteón en sus diversas fases, el baño de la diosa, la transformación del joven cazador en un ciervo o su muerte al ser atacado por sus propios perros. Mosaicos, frescos y estatuas han transmitido el infortunado incidente como prueba del destino trágico de los mortales ante la ira y el designio de los dioses.
“Un mármol de Paros, cincelado con los rasgos de Diana, ocupa exactamente el centro de la estancia; era una obra de radiante perfección: la diosa, con su túnica desplegada al viento y en viva carrera, parecía salir al encuentro de los visitantes; su majestad inspiraba veneración. Unos perros forman a ambos lados su escolta; también los perros eran de piedra; tenían una mirada amenazadora, las orejas tiesas, las fosas nasales dilatadas, la boca dispuesta a devorar; si en la vecindad se dejaba oír algún ladrido, te figurarías que salía de aquellas fauces de mármol…A espaldas de la diosa se yergue una roca en forma de gruta con musgo, césped, hojas, varitas, pámpanos por aquí, arbustos por allí, una verdadera flora nacida en la piedra. En el interior de la gruta destaca la sombra de la estatua sobre la blancura del mármol. En la cornisa de la roca cuelgan frutas y racimos de tan acabada perfección, que el arte, compitiendo con la naturaleza, supo crearlos con el mismo aparente realismo. En medio de la enramada, un Acteón de piedra se adelanta hacia la diosa con indiscreta mirada; medio cambiado ya en ciervo, se le ve en la piedra de la roca y en el agua de la fuente a la vez acechando la entrada de Diana en el baño.” (Apuleyo, El asno de oro, II, 3, 10)
Acteón. Museo Británico. Londres |
Bibliografía
https://dialnet.unirioja.es/servlet/articulo?codigo=58105;
Nono de Panópolis y el mito de Acteón;
Antonio Villarubia
https://riull.ull.es/xmlui/handle/915/5902?show=full;
La violencia en la mitología clásica. Los castigos de los dioses; Daniella E. Felipe
Ferrer
https://core.ac.uk/reader/58910172;
El tema de Acteón en algunas literaturas europeas; Bienvenido Morros Mestres
Arte y mito.
Manual de iconografía clásica. Miguel Ángel Elvira Barba, Ed. Sílex
Pero qué turbio
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