Mosaico de las Metamorfosis

Mosaico de las Metamorfosis

sábado, 2 de enero de 2016

Agua, fuente de vida y placer para la villa

¿Has tenido ocasión de ver el río Clitumno? Si no ha sido así (y supongo que no, pues, de lo contrario, me habrías hablado de él), conócelo ahora a través de mi descripción, pues lo he visitado recientemente (y lamento que haya sido tan tarde).
Una pequeña colina se levanta allí cubierta por un bosque espeso y umbroso poblado de antiguos cipreses. En una de sus laderas nace un manantial que surge de las entrañas de la tierra a través de numerosas venas de agua, si bien desiguales… Es aún un manantial y ya se ha convertido en un río de un amplísimo caudal, que puede incluso ser recorrido con naves, que transporta y lleva felizmente de un lado a otro aun en el caso de que dos de ellas se encuentren en medio de su cauce una frente a la otra y en direcciones opuestas… A los que pasean por él en barca por placer y con el simple deseo de distraerse les resulta igualmente delicioso, según cambien de dirección en uno u otro sentido, pasar del esfuerzo al descanso y del descanso al esfuerzo.


Pintura de Henrik Siemiradzki

Sus riberas están cubiertas de abundantes fresnos, de álamos abundantes, que las claras aguas del río permiten contar por el reflejo de su verde imagen, como si estuviesen sumergidos bajo ellas… junto al río se levanta un templo antiguo y muy venerado. En su interior hay una estatua del dios Clitumno, de pie y elegantemente vestido con la toga pretexta. En los alrededores hay diseminados varios santuarios más pequeños, consagrados a otros tantos dioses… Algunos incluso poseen su propio manantial, pues, además del Clitumno, que es como el padre de los restantes, hay varios arroyuelos que se distinguen por su origen, pero que finalmente desembocan en el río principal, atravesado en ese lugar por un puente. En la parte superior, únicamente está permitido pasear en barca, en la inferior también se puede nadar… Y no faltan villas que, atraídas por la belleza del río, se levantan en sus márgenes. (Plinio, VIII, 8)

En las antiguas villae rusticae, las casas de campo romanas dedicadas a la producción agrícola, tener fácil acceso al agua era fundamental para lograr un beneficio económico y gozar de las comodidades deseadas. Antes de decidir la ubicación ideal para una finca productiva se valoraba la cercanía a cursos fluviales o que se pudiese recurrir a acuíferos subterráneos que hiciesen posible el suministro de agua para regar los campos, para el consumo e higiene de sus habitantes y para la ornamentación de jardines.


Pintura de Luigi Bazzani
El agua se recogía de ríos, manantiales y arroyos mediante redes hidráulicas, transportándola hasta los puntos de consumo. Los romanos perfeccionaron las técnicas procedentes de Oriente y Grecia, añadiendo algunas innovaciones que ayudaron a controlar el proceso del transporte del agua desde su origen hasta su destino. El progreso tecnológico les permitía conducirla artificialmente, incluso cuando las condiciones del terreno eran adversas, así como desviar el cauce natural de un río mediante canales.

Era conveniente que el manantial, ya se tratara de una fuente o de un río, se hallara a un nivel más alto que las zonas a las que se pretendía proveer de agua.  La pendiente adecuada posibilitaba que el agua canalizada fluyera durante un trayecto más largo.

“¿Qué voy a decir de aquél que cuando ha echado la semilla sigue pegado a la tierra y allana los montones de arena demasiado gruesa, y luego mete el agua por las acequias que la llevan a los sembrados, y cuando el campo abrasado se retuerce con el trigo moribundo, he ahí que desvía desde la altura el agua de un canal en pendiente? Ésta al caer forma un murmullo ronco entre las piedras lisas y alivia con sus cascadas los campos resecos." (Verg. Georg. I, 105).

Vitrubio (De Architectura VIII, 7) menciona que la conducción de aguas se podía hacer de tres maneras: por zanjas mediante obras de albañilería, con tubuli de terracota o con fistulae de plomo.
La ventaja de los tubos de barro sobre los de plomo es que su fabricación era más barata y era más fácil reponerlos si se deterioraban. Además, los romanos creían que los de arcilla conservaban mejor la pureza del agua, pues el contacto con el plomo la volvería insalubre, como aseguraba Vitrubio: “el agua es más sana cuando viene por tubuli que transmitida por fistulae; la razón está en que el plomo la vicia …” (De Architectura VIII, 7).

 Los tubos de cerámica, cuyo uso era más antiguo, se empleaban normalmente en el regadío, fuentes de jardines o en las cisternas que recogían las aguas de lluvia. Las tuberías de plomo se reservaban para las conducciones urbanas y para todas las que estuvieran sometidas a una gran presión, por su mayor resistencia.


Parte de una tubería romana, Palacio Nacional Romano

Según Varrón si no existía una fuente de agua cercana a la casa sería necesario construir una cisterna bajo techado, para uso de los hombres y una balsa al aire libre para el ganado. Debía haber dos establos o corrales, y en cada uno de ellos un estanque de agua, uno interior para los bueyes y cerdos; otro exterior para colocar a remojo los frutos que necesitan macerarse.

Columela incide en la necesidad de ese elemento para cualquier villa, e indica que el agua potable debe canalizarse mediante cañerías de barro a una cisterna: 

"Si faltara el curso de agua, búsquese cerca la de un pozo, que no deba sacarse de muy hondo, ni sea de sabor amargo o salado. Si también ésta faltara y nos viéramos forzados por la casi nula posibilidad de tener agua de manantial, dispónganse vastas cisternas para los hombres y estanques para el ganado; con todo, esta agua de lluvia es la más conveniente para la salud del cuerpo, y si se canaliza con tuberías de barro hasta una cisterna techada, se tiene por extraordinaria. Tras ella viene la viva que nace de los montes y se despeña volteando entre rocas, como la del monte Gauro, en Campania. El tercer lugar lo ocupa la de pozo excavado en un cerro o bien la que se encuentra en un valle, siempre que no sea en su parte más baja. Es pésima la cenagosa que se desliza con fluir perezoso y pestífera la que está siempre quieta en la ciénaga... Los arroyos de aguas vivas contribuyen mucho a mitigar los calores de los veranos y a hacer agradable un paraje; si la naturaleza del lugar lo permite, mi opinión es que deben ser conducidos hasta la casería a toda costa, y con la sola condición de que su agua sea dulce." (Columela, De Re Rustica, I, 5).

Paladio, autor tardío del s.V d.C. incluyó en su tratado referencias al uso y tratamiento del agua en el ámbito rural. Afirmaba que en cada explotación agrícola debería haber cerca de la casa de labranza dos estanques excavados en el suelo o vaciados en piedra, que fueran fáciles de llenar con agua de fuente o de lluvia, de manera que uno de ellos sirviera para abrevar el ganado y las aves acuáticas, y el otro para poner en remojo varas, cueros, etc.

En la parte rústica de la villa el mayor consumo de agua estaría destinado a las actividades agrícolas o industriales, como fábricas de salazones o talleres cerámicos, que implicaban un alto consumo de agua.
Augusto, Marco Aurelio, Antonino y Vero, decretaron que el agua de un rio público se debía dividir para regar los campos en proporción a las posesiones que allí hubiera, a no ser que alguien demostrase que por derecho propio se le había concedido más.
El uso del agua procedente de ríos y arroyos estaba regulado por leyes que controlaban el empleo fraudulento y multaban a los infractores. Había diferentes tipos de sistema de riego: sistemas privados de pequeño tamaño financiados y explotados por un solo propietario; sistemas colectivos alimentados por acueductos urbanos de propiedad imperial o municipal, gestionados por las correspondientes autoridades imperiales o cívicas; y sistemas colectivos con conducciones específicas financiadas por el emperador, los municipios o los propios beneficiarios que darían lugar a la constitución de comunidades de riego para gestionarlos.

Una inscripción de Viterbo sobre Mumio Nigro Vitelio Vegetto menciona la construcción de un acueducto rural, el aqua Vegetiana, para la que Vegeto, además de asumir los costes de tendido del conducto a lo largo de más de seis millas, hubo de comprar a siete propietarios diferentes las parcelas en las que se encontraba la fuente y aquellas por donde transcurría la conducción, así como obtener permiso del senado para llevar el acueducto a lo largo de diversas vías públicas.


Acueducto de Tarragona

Quien adquiría el derecho a llevar agua a su fundo, sólo podía hacerlo en favor de aquellas tierras para las que se hubiese acordado. No obstante, hay que tener en cuenta también que el derecho podía surgir espontáneamente, si se usaba el agua sin ningún tipo de impedimentos:

“Si por el uso diario y una larga cuasi posesión, alguien hubiese adquirido el derecho de acueducto, no tiene necesidad de explicar en virtud de qué derecho se constituyó tal servidumbre, es decir, si se constituyó por legado o de otro modo, sino que dispone de una acción útil para poder probar que habiendo usado durante tantos años, no poseyó con violencia, ni clandestinamente ni en precario... Y, en general, podrá ser ejercitada esta acción contra cualquiera que impida conducir el agua”. 

El desuso anulaba el derecho, puesto que, “si la servidumbre se constituyó para ser utilizada en días alternos, ya durante todo el día, ya sólo por la noche, se pierde una vez transcurrido el tiempo señalado por las leyes...”. A fin de evitar abusos monopolizadores que redundasen en perjuicio de los demás cultivadores, las horas de apertura y cierre de las conducciones debían ser escrupulosamente observadas:

“Si el que tiene derecho a usar la servidumbre de agua por la noche hubiese usado de ella sólo de día durante el tiempo establecido para perderla por desuso, pierde la servidumbre nocturna que no usó. Lo mismo sucede con aquel que teniendo el derecho de acueducto sólo para ciertas horas hubiere usado de él en otras distintas y no en momento alguno de las horas concedidas”.

El derecho a usar el agua a través de fundo ajeno podía establecerse, asimismo, por determinados meses o una estación concreta, por ejemplo, el verano, y también por años o meses alternos.
En el año 397 se denunciaba en el Código Teodosiano la práctica de la toma de agua de forma ilegal para irrigar los campos y se decretaba que se mantuvieran las penas por esta falta ( la confiscación de los campos).

El aqua profluens, una vez recogida en el curso público a través de acequias o canales, se convertía en privada, pero, aunque teóricamente el derecho de propiedad sobre ella correspondía tan sólo al dominusdel fundo en que la derivación se iniciaba, esta situación podía modificarse constituyendo una servidumbre de acueducto en favor de uno u otros. Las características de la conducción determinaban, como es natural, quiénes y cómo podían servirse de ella.
El más interesante testimonio epigráfico sobre la distribución hidráulica con fines agrícolas nos lo proporciona una tabla de Lamasba (Numidia, actual Argelia) que conserva un reglamento de repartición de aguas entre los usuarios que es, a su vez, la revisión de disposiciones anteriores efectuada bajo el reinado de Heliogábalo. La tabla nos aporta la relación de dueños de fundi beneficiados por las distribuciones, cantidades correspondientes y horas de uso. Como criterios para repartir los recursos hídricos utilizables se adoptaron tres: el caudal de agua disponible, la superficie de las parcelas y la naturaleza de los cultivos practicados, esencialmente los cerealísticos, pero también el olivo.


Detalle del mosaico del Nilo de Palestrina

Los cultivadores tenían también derecho a usar las riberas de los ríos públicos, siendo preciso garantizarles dicha utilización contra todo tipo de abusos. Por ejemplo, en la ley de Urso (Osuna) estaba claramente expresada la prohibición de tapar o atascar las fossae (zanjas) situadas entre los fundos, bajo multa de 1000 sestercios.
Las actividades ganaderas también necesitaban la provisión de agua abundante. Los animales se conducían a los ríos o arroyos para abrevar y para bañarlos.

"Luego, cuando la hora cuarta del día haga ganas de beber y las chicharras quejumbrosas revienten con su cantinela los matorrales, ordenaré que los rebaños beban el agua que corre por canales de madera de encina junto a pozos y albercas." (Virgilio, Georgicas, III, 327)


La fertilidad de las tierras dependía de las lluvias y del caudal de agua de los ríos y manantiales, por lo que tanto las sequías prolongadas, y las crecidas extraordinarias de los ríos podían provocar estragos en las vidas de los habitantes de las riberas y en las cosechas que resultaban improductivas o dañadas.
En su panegírico a Trajano; Plinio relata como una inesperada sequía deja a los habitantes de las orillas del río Nilo esperando inútilmente la ansiada crecida que hacía fértiles sus campos, por lo que tienen que recurrir al emperador Trajano para que les ayude.

“Mucho se había preciado Egipto de hacer crecer y prosperar las semillas, llegando incluso a decir que nada debía ni a las lluvias ni al cielo. En efecto, regado permanentemente por su propio río y acostumbrado a no ser fecundado por ningún otro género de aguas más que las que él mismo había vertido sobre sí, se veía cubierto por tantas cosechas que rivalizaba con las tierras más feraces como si nunca hubiese de ceder en fertilidad ante ellas. Pero de repente, por una inesperada sequía tanto se resecó que su suelo se volvió estéril, pues el perezoso Nilo había salido de su lecho con cierta indecisión y desgana. Sin duda, incluso entonces era digno de ser comparado con los ríos más caudalosos, no obstante, no era ya más que un río que podía ser comparado con otros. Como consecuencia de ello, la mayor parte de las tierras de esa región, acostumbradas a verse inundadas y vivificadas por el río, ardían bajo una espesa capa de polvo.” (30, 1-3)

Por el contrario, las lluvias torrenciales podían provocar unas crecidas tales de los ríos que al desbordarse causaban grandes catástrofes, como la relatada por el propio Plinio en una carta a Macrino, en la que cuenta las consecuencias de la inundación del río Tíber en los primeros años del siglo II.


“Aquí, las tormentas son continuas y las inundaciones frecuentes. El Tíber se ha salido de su cauce y se extiende por las tierras más bajas de su ribera, donde sus aguas alcanzan una gran profundidad… Además, saliendo, por así decirlo, al paso de aquellos otros río cuyas aguas acostumbra a recibir y a llevar mezcladas con las suyas, obliga a éstos a retirarse en sentido contrario, y de ese modo inunda con las aguas de otros ríos las tierras que él mismo no baña… Aquellos que se encontraban en terrenos más elevados cuando sobrevino la catástrofe han podido ver flotando al azar sobre una gran extensión de las tierras inundadas en algunos sitios los muebles y la lujosa vajilla de los ricos habitantes del lugar, en otros, todo tipo de instrumentos agrícolas, aquí bueyes, arados y los campesinos que los guiaban, allí rebaños dispersados y abandonados a su suerte, y en medio de todo ello, troncos de árboles y vigas de las villas.” (Epis. VIII, 17)

En los atrios y peristilos de las casas se construía un impluvium o un estanque cuya finalidad principal era recoger el agua de lluvia, que podía conservarse en una cisterna, normalmente situado por debajo y cuya utilidad dependería de su capacidad. El agua se extraía por un orificio que quedaba cubierto por una rejilla a l que rodeaba un brocal de mármol o terracotta (puteal) que por su decoración contribuía a la ornamentación del lugar.



Atrio con impluvium y pozo

Agua útil es aquella empleada para atender las necesidades básicas de la vida doméstica, esto es la alimentación y la higiene. Así pues, la encontramos en las cocinas, sirviendo para la preparación de alimentos y bebidas (vino), o en las letrinas, para el aseo matutino. Para estas tareas y otras como el lavado de la ropa y la limpieza de la casa, la cantidad de agua empleada era muy reducida. Mucho mayor era, sin embargo, su consumo para fines lúdicos y ornamentales.
El agua formaba parte de la decoración de jardines en las grandes villas romanas. Además de ayudar al crecimiento de las plantas que añadían frescor y alegraban la vista de los moradores de la casa, el agua tenía una función estética al integrarse en el adorno de fuentes, estanques y ninfeos.

“Allí nace también un manantial e inmediatamente se oculta En muchos lugares han sido colocados, además, bancos de mármol, que a los que se hallan fatigados del paseo les resultan tan agradables como el propio pabellón. Al lado de estos bancos hay pequeñas fuentes, y por todo el hipódromo suena el rumor de los arroyos que, conducidos por un sistema de canales, van por donde la mano del hombre los lleva. Con ellos se riegan ora unas plantas ora otras, y en ocasiones todas ellas simultáneamente.” (Plinio, Epis. V, 6, 40)



Casa de los Repuxos, Conimbriga, Portugal

 El balneum privado, gracias al avance técnico que permitió mejorar el suministro de agua y la posibilidad de calentarla, se convirtió en un lujo para los propietarios de villas rurales. Precisamente, en las casas de campo, los baños privados adquirieron mayores dimensiones, e incluso, dependiendo de la economía del dueño, podían imitar a los públicos.
Con el tiempo, a la sencilla estructura de los balnea se añadieron vastos espacios para practicar deportes, grandes piscinas para nadar al aire libre, salas de masaje, salones de descanso, bibliotecas, pórticos, jardines, surtidores y obras de arte, etc.

¿He de recordar… los baños, cuyos suelos humean por sus regueros, cuando Múlciber, sacado de su ardiente profundidad, hace rodar sus llamas deseadas a través de las tuberías de estuco, acumulando el vapor encerrado por el calor que se despide?  Vi yo mismo cómo gentes cansadas de los muchos sudores del baño, desdeñaban los estanques y los fríos de las piscinas para disfrutar de las aguas vivas; luego, reanimados por la corriente, golpeaban el helado río con su ruidoso nadar. Porque si llegase aquí un forastero desde las costas de Cumas, creería que la euboica Bayas había regalado copias pobres a estos lugares: tanto refinamiento y tanta elegancia seducen, más el deleite no se excede en lujo ninguno.(Ausonio, Mosela)



Natatio, villa de Minori, Italia

 A finales del siglo III d.C., y sobre todo en el s.IV d.C., tras la crisis que provocó el éxodo de los grandes terratenientes a la ciudad, los balnea rurales sirvieron para proporcionar prestigio a sus dueños, al hacerse más monumentales.

 “No es improcedente, si hay abundancia de agua, que el cabeza de familia piense en la construcción de un baño, cosa muy interesante para la propia satisfacción y la higiene.”

En época romana, el agua constituía un medio de transporte rápido, seguro y barato. La existencia de vías fluviales facilitaba el asentamiento de población atraída por la ventaja que proporcionaba el transporte por ellas para las actividades económicas.

"Cuenta el navegante burlado también esas verdes vides, el navegante que flota, en su barquilla cavada en un tronco, por el centro de la superficie, allí donde el reflejo confunde río y colinas, y enlaza el río los límites de las sombras. ¡Y qué agradables cortejos presentan también estos espectáculos, cuando las barquillas de pies de remos luchan con el corazón del río y penetran en los distintos meandros y rozan a lo largo de las verdes orillas los retoños tiernos de los prados segados! Van los alegres patronos de proa a popa, y su gente, que, aún imberbe, camina sobre las espaldas de la corriente, mientras ven cómo se marcha el día, haciéndoles posponer sus serias ocupaciones con el juego: el nuevo encanto disipa las antiguas preocupaciones." (Ausonio, Mosela)



Mosaico de Susa, Túnez
Los ríos, al contrario que las vías terrestres, no necesitaban una preparación previa para hacerlos transitables y constituían un magnífico medio de comunicación para los viajeros en sus desplazamientos por motivos de trabajo u ocio. La facilidad de transporte y la fertilidad de los valles bañados por los ríos convirtieron las tierras ribereñas en asentamientos propicios para la instalación de villas productivas y de recreo.

"Merece la pena creer que estos arquitectos, u otros parecidos, levantaron en tierras de los belgas escenarios magníficos: las villas, adornos del río. Una está, por su situación, colgada del aire en lo alto de una roca; otra, levantada en la base que le ofrece la orilla al meterse en el río; ésta se retira y reclama para sí la corriente, recogiéndola en un remanso. Aquélla, dominando una colina que se alza enorme sobre la corriente, consigue fáciles perspectivas sobre los campos cultivados o sobre los yermos y así goza feliz con la contemplación de sus propias tierras. Además, la que está construida con humildes cimientos en los prados regados, compensa las ventajas naturales de un monte elevado y se alza amenazante hasta los cielos con su tejado soberbio, mostrando una torre alta cual la menfítica Faros. Ésta se ocupa de capturar los peces aprisionados en una garganta cercada de rocas entre unos barbechos soleados; aquélla, que se asienta en lo más alto de los collados sobre los ríos que se deslizan, mira con tenebrosa mirada." (Ausonio, Mosela)


Pintura villa de San Marco, Stabia, Italia


Los ríos y lagos se convirtieron en espacios dedicados a la pesca, tanto como labor productiva como de ocio.

Pero una turba devastadora, por donde la orilla proporciona cómodos accesos, escudriña bien a fondo a los peces que ¡ay! mal se pueden defender en el interior del río. Uno, arrastrando lejos en medio de la corriente sus hilos mojados, se lleva en trampas nudosas abundantes capturas; aquel otro, por donde el río se desliza con tranquilo curso, extiende las redes que flotan gracias a las boyas de corcho; el de más allá, sin embargo, echado en unas rocas sobre las ondas que bajan, inclina las puntas ligadas de una rama flexible, dejando caer sus anzuelos bien dirigidos con cebos mortales. Después, la errante muchedumbre que nada, sin sospechar el engaño, los introdujo en sus bocas, y sus fauces abiertas sintieron en lo más profundo las tardías llagas del hierro oculto; al cimbrearse, sube la señal a la superficie y la caña, cabeceando, asiente al rizado temblor de la cerda que vibra; sin pérdida de tiempo y sacudido el pez con un golpe ruidoso, el diestro muchacho lo recoge tirando de través; el aire recibe el efecto igual que cuando la brisa resuena entre las ramas por el viento y silba el vendaval al levantarse. (Ausonio, Mosela)

También la caza de aves acuáticas suponía un recurso para los moradores de la villa.



Mosaico de Dar el Buc Ammera, Libia

La consideración de espacio sagrado de algunos ríos, fuentes y lagos implicaba que no se permitiera la pesca, ni el baño en ellos, como advierte Marcial en uno de sus epigramas.

"Pescador, mira que te lo advierto, huye lejos del lago de Bayas, no sea que te retires culpable. En estas aguas nadan peces sagrados, que conocen a su señor y lamen esa mano suya como no hay otra más poderosa en todo el orbe. ¿Qué decir de que tienen su nombre y cada uno acude a la voz de su guardián al ser reclamado? En cierta ocasión, en estas profundidades, un impío libio, al sacar una presa con su caña temblorosa, repentinamente ciego por habérsele robado la luz de sus ojos, no pudo ver el pez que había cogido y ahora, odiando a muerte aquellos anzuelos sacrílegos, se sienta a la orilla de los lagos de Bayas pidiendo limosna. En cambio tú, mientras puedes, aléjate inocente después de arrojar a las aguas tus cebos sin artificio y venera esos peces delicados."(Marcial, Epigramas, IV, 30)

Algunos ricos hacendados construían en sus posesiones estanques para peces (piscinae) que les permitía proveerse de pescado en cualquier momento, sin tener que depender de los mercados. Sin embargo, hubo muchos propietarios que los tenían solo para coleccionar peces de los que luego presumían antes sus amistades.

“Este bosque, estas fuentes, esta sombra entretejida de los pámpanos vueltos hacia arriba, esta corriente guiada de agua de riego, estos prados y rosales, que no ceden al Pesto de las dos cosechas, y todas las hortalizas que verdean y no se hielan ni en el mes de Jano, y la anguila doméstica, que nada en un estanque cerrado.” (Marcial, XII, 31)


Estanque de villa Ariana, Stabia, Italia

Bibliografía:

 http://revistaseug.ugr.es/index.php/cpag/article/view/106/737, EL REGADÍO EN LA HISPANIA ROMANA. ESTADO DE LA CUESTIÓN, Francisco Beltrán LLoris y Anna Willi **
 http://revistas.uned.es/index.php/ETFII/article/viewFile/1877/1754, Uso y disfrute del agua en la Villa Romana de Puente de La Olmilla (Albaladejo, Ciudad Real). El aprovechamiento hídrico en el Mundo Romano, Carmen García Bueno
 http://revistas.ucm.es/ghi/02130181/articulos/GERI8888120223A.PDF, Aqua publica y política municipal romana, Juan Francisco Rodríguez Neila
 http://revistas.ucm.es/index.php/GERI/article/view/GERI0000110041A/14366, PRODIGIO Y EXPIACIÓN EN EL IMPERIO DE TRAJANO, Santiago Montero

1 comentario:

  1. Estoy de acuerdo con su punto de vista de este artículo. Este es un buen artículo. Muy oportunamente nos ha dado mucha información útil. Gracias!

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