Mosaico de las Metamorfosis

Mosaico de las Metamorfosis

lunes, 2 de septiembre de 2013

Conociendo nuestros antepasados prerromanos, los carpetanos


Los que habitan en los escarpes contiguos al río Tajo


Fotos tomadas en la exposición Los Ultimos Carpetanos, Museo Arqueológico Regional de Madrid, Alcalá de Henares. Ilustraciones Arturo Asensio

El área carpetana se extendía por un territorio que comprendía una parte importante de la actual Meseta Sur. Plinio cita que los carpetanos se asentaban junto al río Tajo. 
Era una zona con gran influencia céltica, pero por su ubicación, especial para la comunicación entre diferentes zonas peninsulares, se produce durante la segunda Edad del Hierro un proceso de implantación progresiva de la cultura íbera.
Los poblamientos del área carpetana se establecían principalmente en lugares elevados y fácilmente defendibles que dominaban valles y territorios de importancia estratégica. Muchas de las ciudades carpetanas se hallaban asentadas en riscos y escarpaduras con cuevas naturales o artificiales.
“Pero más que ninguna de sus acciones en la guerra fue admirada la que mantuvo frente a los llamados caracitanos. Son un pueblo que habita al otro lado del río Tajo, pero no en ciudades ni aldeas, sino en una colina de gran tamaño y elevada que contiene cavernas y concavidades en las rocas, que miran al norte.”(Plutarco, Sertorio, 17)

 Sin embargo, la inestabilidad provocada por los romanos y cartagineses, desde finales del siglo III a.C. hace que la población se vea en la necesidad de agruparse y buscar refugio en grandes castros defensivos.

Carpetania fue una región de paso de las grandes vías romanas que atravesaban la Meseta para comunicar todos los puntos de la Península Ibérica. Como los carpetanos son un grupo de gentes con lazos culturales comunes, pero sin cohesión política, sus ciudades, ante la imposibilidad de hacer frente al invasor romano, se convirtieron muy pronto en sus aliadas, o bien adoptaron una postura neutral que permitiera el paso libre y el asentamiento romano en la región.
Con el dominio romano llegó un influjo cultural nuevo, que fue infiltrándose entre la sociedad indígena. Los núcleos urbanos fueron un medio apropiado para la penetración de la romanidad, favorecida por las élites locales, que buscaban todas las ventajas de las formas de vida romanas, y que, con el tiempo, serían quienes reclamaran también un nuevo status jurídico para sus ciudades, hasta que se convirtieran en municipios.
El proceso de promoción jurídica municipal significaba el cambio a nuevas instituciones, construcciones, organización del culto imperial, todo según modelo romano; las posibilidades de promoción social que la municipalización aportaría a algunos individuos, harían que éstos se convirtieran en fieles aliados que impulsaran el proceso romanizador. Paralelo a este proceso, se observa un mantenimiento de determinadas estructuras indígenas, por ejemplo la onomástica prerromana.
En el siglo II d.C. aumenta el número de hispanos con nombres, indígenas o latinos que rinden culto a dioses romanos, como resultado de un fenómeno de sincretismo que acaba por sustituir muchas divinidades indígenas por otras romanas con las que se identifican.

La ciudad de Toletum era en época prerromana centro de un rico territorio en el valle del Tajo y punto estratégico dentro de las comunicaciones en la Meseta Sur. Por encontrarse en una zona fértil, mantiene su carácter agrícola en época prerromana.
En el año 192 a.C. la ciudad es tomada por M. Fulvio Nobilior, pero este asentamiento indígena se convertirá en municipio en época romana. Ya en época republicana se había instalado una ceca para acuñar moneda. Su importancia se debe a estar situada la ciudad en un  cruce de vías, una de Emérita a Caesaraugusta y otra de Laminium a Toletum.

En el área carpetana el potencial cerealístico debió ser importante, debido al carácter llano del territorio y a las facilidades de irrigación de cursos fluviales como los del Tajo, Henares o Jarama. En 146 a.C. Viriato saqueó la Carpetania a la que se definía como un país rico, al parecer agrícola (con olivos incluidos) ya que Viriato exigió el valor de las cosechas bajo amenazas de destruirlas.




Plinio cita la bellota como principal recurso de muchos pueblos peninsulares cuando escaseaban los cereales, obteniendo una vez molida una especie de pan. Junto a su papel complementario en la dieta humana, no puede descartarse también su utilización en la alimentación del ganado porcino. Su uso viene de la abundancia de encinares extendidos por toda la península.


La miel sería un constituyente de la dieta de los carpetanos, por lo que la apicultura supondría una de las actividades primordiales del poblado; así como la recolección de frutos silvestres.
Las ovejas y cabras suministrarían carne, leche y lana. El caballo sería utilizado por los nobles de las élites prerromanas como símbolo de riqueza y status, además de como medio de transporte.
Debido a los espesos bosques se dedicarían a la caza mayor, jabalí y especialmente el ciervo. En cuanto a la caza menor el conejo y la liebre supondrían una fuente continua de alimento. Y es de suponer que la pesca formaría parte de las actividades para conseguir alimento.

Cerámica carpetana
Los restos cerámicos encontrados en los yacimientos muestran que debió haber contactos e intercambios comerciales. Se ha hallado cerámica griega, de barniz rojo y de tradición celtibérica.
La cerámica carpetana se distingue por la utilización del  torno de alfarero, de pasta clara, anaranjada o rojiza con motivos decorativos pintados o estampillados. Característica es la decoración jaspeada, aplicada a brocha, que pretende imitar la madera. Se hacían herramientas,  adornos y armas de guerra en hierro.    

La vivienda carpetana estaba destinada a ser un espacio tanto doméstico como de producción artesanal. Los carpetanos construían sus edificaciones levantando sobre el suelo un pequeño zócalo de piedras unidas con barro que permitía aislar las paredes de la humedad. Sobre éste se levantaban paredes de adobe o tapial, a veces enfoscadas, en el interior. Las cubiertas de los edificios se construían a base de entramados vegetales que se cohesionaban e impermeabilizaban con arcilla y tierra, y los suelos de las viviendas estaban formados con tierra apisonada. Se han encontrado hogares con fosas empleadas como almacenes, o soportes para estructuras perecederas relacionadas con la molienda, la cestería o el tejido.




Los carpetanos adorarían a varios dioses representantes de las fuerzas de la naturaleza y de la tierra, probablemente con gran influencia céltica. Darían gran importancia a los árboles, bosques y fuentes de agua y, es posible que los consideraran sagrados. Es posible que participaran en rituales para propiciar la fertilidad de los campos, encarnada en alguna diosa principal.

Medusa de Titulcia, Plato de ofrendas

Por las descripciones de geógrafos de la antigüedad los habitantes de esta región vestirían ropas oscuras y ásperas de lana, con las piernas cubiertas de grebas hechas con pelo animal.
En cuanto a los ritos funerarios, se sabe que no enterraban a los muertos, sino que los incineraban en un altar, llamado ustrinum. Después recogían los huesos y los metían en una urna, que enterraban junto a un ajuar. Cuando morían los guerreros, los colocaban en círculos y los dejaban expuestos a los buitres, en la posible creencia de que así se trasladarían al cielo junto a los dioses. A los niños, mientras no hubieran cumplido con los ritos de pertenencia al grupo, se los enterraba bajo el suelo de la casa. 

Reconstrucción de casa carpetana, Miralrío

sábado, 10 de agosto de 2013

Producción de vino en las villas romanas

Mosaico Santa Constanza, Roma

“Ven aquí, oh padre Leneo. Todo está aquí lleno de tus dones: por ti florece el campo preñado de pámpanos otoñales, l a vendimia espuma a cubas llenas. Ven aquí, oh padre Leneo, y descalzo de coturnos, tiñe conmigo tus piernas desnudas con el mosto nuevo.”(Virgilio, Georg. II)

El cultivo de la vid y la elaboración del vino fueron considerados en el mundo clásico como un signo de desarrollo cultural. Griegos y romanos fueron hijos de una cultura que hizo del vino una forma de vida, una manera de relación, un medio de alcanzar un placer o un modo de honrar a sus dioses.

En Hispania el consumo de vino y la viticultura fueron introducidos por los fenicios, que en sus relaciones comerciales con los aristócratas locales, convirtieron el acto de beber el vino en un elemento de prestigio.
Con la llegada de los romanos el consumo de vino se incrementó y el cultivo de la viña se convirtió en una producción agrícola básica en la península Ibérica. Al principio se importaba vino de Italia, pero con Augusto se multiplicó el territorio plantado con vides y con los Flavios la extensión de las viñas provocó que las distintas provincias del Imperio fueran autosuficientes en cuanto a la producción de vino. En el Bajo Imperio, la explotación vitivinícola se redujo principalmente a las villae, cuya producción se destinaba al autoconsumo y al abastecimiento de los mercados regionales.

Maqueta de lagar y dolia realizada por Samuel López

Numerosos escritores escribieron sobre el cultivo de las viñas, las variedades de las uvas y las formas y procesos de elaboración del vino: “Ahora bien, la vid se planta o para uva de mesa o para prensarla.” (Columela, De Agricultura, L III).

Mosaico de vendimia, Iglesia Lot y Próculo, 
Monte Nebo, Jordania

El proceso de la producción de vino empezaba con la vendimia, cuando había que preparar bien los cestos para la recogida. Los racimos no se arrancaban a mano, para que las uvas no cayeran a tierra. Las prensas, lagares y vasijas se limpiaban con agua de mar o con agua dulce. Se untaban con pez,  cuarenta días antes de vendimiar. Además de lavado y limpio, debía  quedar todo bien seco y sin humedad.
El proceso de elaboración del vino comienza con la vendimia de la uva que se transportaba posiblemente en cubas al torcularium, sala para prensar las uvas, bien pisándolas, bien mediante prensas mecánicas, sobre plataformas especiales, elevadas por encima del nivel del suelo para facilitar el evacuado del líquido resultante al lagar (lacus). Este se construía haciendo una excavación en el terreno y limitando a veces el espacio con muros; en él se procedía a una primera fermentación por un espacio de tiempo corto.

“La bodega del vino debemos tenerla orientada al norte, fría y casi oscura, lejos de los baños, establos, horno, estercoleros, cisternas, aguas de albañal y demás sitios de mal olor, provista de lo necesario para no verse sobrepasada por la cosecha; distribuida, por otra parte, de modo que tenga construido en un sitio un poco más elevado, como el estrado de una basílica, el lagar, al que se suba más o menos por tres o cuatro escalones en medio de dos depósitos, excavados por uno y otro lado para recoger el vino, desde estos depósitos, saldrán cañerías de albañilería o tuberías de barro rodeando los muros hasta el otro extremo y verterán el vino que mana por salidas próximas en las tinajas adjuntas a cada lado. “ (Paladio, I, 18)

Mosaico con prensa de tornillo, Iglesia de Lot y Próculo, Monte Nebo, Jordania

Dos tipos de prensa eran los más utilizados: la prensa  accionada mediante una viga y contrapesos, o la prensa  de  cabrestante o torno vertical y un contrapeso.
Los tratadistas latinos describen las características de los lugares destinados a guardar el vino; debían situarse por debajo del nivel de las prensas y de la cocina y estar orientadas al norte o al oeste.
Cuando se había  obtenido el mosto, se podía cocer en ollas para aumentar la cantidad de azúcares en la uva y prolongar su conservación. Se removía el contenido y echaba aromatizantes naturales, como membrillos enteros o canela. Como conservante se utilizaba agua marina, depurada durante varios años y reducida luego, para permitir su estabilización durante el transporte.

Dolium, Museo Boscoreale, Italia

Los romanos conservaban su vino a granel en enormes tinajas de barro, llamadas dolia, en las que quedaba el vino hasta que era envasado para su venta o su transporte en ánforas.   En las tinas se dejaba fermentar el vino durante un año, y se guardaban en la cella vinaria. Después se bebía o se vertía en ánforas, que después de haber sido embreadas y limpiadas con agua salada, se frotaban con cenizas de vid y se ahumaban con mirra. Las ánforas para el transporte marítimo se hacían de cerámica y posteriormente se cerraban con tapas de arcilla y se sellaban con brea y cemento. Una tablilla (pittacium) se unía al ánfora indicando su medida, el nombre del vino, año de la cosecha  y el nombre del cónsul bajo cuyo mandato se había almacenado. Las ánforas se depositaban en una habitación en el piso superior,  para que el humo ascendente le diera al vino un sabor suave.

“Tan feliz aniversario
Hará que el corcho despegue
De un ánfora conservada
Al humo constantemente
Desde los tiempos de Tulo.”
(Horacio, Odas,III, 8)

Dolia, Ostia, Italia
 Para el comercio local los envases podrían ser garrafas de vidrio, protegidas por cestos de mimbre. El odre, culleus, presentaba, por sus características y capacidad, grandes ventajas para el transporte por tierra.
A causa del sedimento producido por este método, había que filtrar el vino antes de beberlo, para lo que se utilizaban coladores de tela o, incluso la nieve, así el vino se vertía sobre ésta consiguiendo enfriarlo y filtrarlo a la vez.
Para mejorar y rectificar el gusto del vino se maceraban plantas, frutos, especias o resinas en mosto. Estos caldos se empleaban en medicina por sus propiedades terapéuticas.
Los vinos griegos, como el de Cos y Quíos, eran muy  más apreciados en Roma. El Cécubo se menciona como el mejor vino romano. Procedía de un viñedo único situado al sur del Lacio. Horacio se refiere a él como vino de las grandes celebraciones. El Albano y el Falerno eran vinos itálicos excelentes, que no le iban a la zaga al Cécubo. Los vinos Hispanos eran muy alabados aunque considerados de peor calidad que los italianos o griegos.

“Tarragona, que solo se rendirá ante el Lieo campano, ha producido estos vinos émulos de las tinajas etruscas.”(Marcial, XII, 128)

Crátera, Mosaico de la Villa de Carranque, Toledo
El vino se consumía en los banquetes donde se servía a los invitados en copas desde unas jarras (crateras) donde previamente se había mezclado con agua, ya que beber el vino puro se consideraba de poca educación.

“Joven escanciador del añejo Falerno,
Llena mi copa del vino más fuerte,
Como mandan las reglas de la anfitriona Postumia,
 más ebria que una uva borracha.
Y vosotras, aguas, perdición del vino,
Marchad, a donde queráis, e id
Junto a los puritanos: aquí sólo hay Baco puro.
(Catulo, Poesias, 27)

 El vinum mulsum se bebía mezclado con miel, y con flores y especias con lo que se obtenía vinos muy aromáticos que no embriagaban excesivamente.
Las Vinalia eran las fiestas romanas que se celebraban en torno al vino en honor de Júpiter y Venus, para pedir protección sobre las huertas, viñas y vendimia. La Vinalia priora o urbana se celebraba el 23 de Abril, para bendecir y degustar el vino del año anterior y pedir buen tiempo hasta la siguiente cosecha. La fecha de la Vinalia rustica era el 19 de Agosto, antes de la vendimia y prensado de la uva.
Las Bacanales eran las fiestas romanas en honor de Baco, dios de la fertilidad y del desenfreno en la bebida. Sus protagonistas eran las mujeres y en ellas se desfilaba con copas de vino, y la fiesta, que había sido tomada de las celebradas en honor de Dionisos en Grecia, solía terminar en orgías, por lo que se acabaron prohibiendo.

Mosaico de Baco, Complutum, Museo Regional de Madrid

En la villa de Carranque, se levanta, al oeste, un edificio rectangular con dos superficies para el pisado de la uva, calcatoria, que se comunican con sus respectivas cubetas para recoger el mosto (lacus). No se han encontrado las tinajas que servirían para la elaboración del vino. En los últimos tiempos de la villa, estas instalaciones se reutilizaron para la producción de aceite.

domingo, 5 de mayo de 2013

El aceite en las villas romanas


Recreación de trujal romano, Enciclopedia de Arqueología Salvat

El olivo ya se cultivaba en Hispania antes de la conquista romana. Los romanos recibieron de los griegos las técnicas de cultivo de este árbol y seguidamente, además de impulsar su cultivo en todas las zonas de Italia donde el olivo pudo aclimatarse, los romanos extendieron el olivar por toda la cuenca del Mediterráneo y fomentaron el comercio del aceite de oliva. La mayor producción se recogía de la Bética y se exportaba a todo el Imperio.

Mosaico de Diana cazando bajo un olivo, Museo del Bardo, Túnez

“Respecto al olivar, la aceituna a la que puedes llegar con la mano desde el suelo y con escalera conviene cogerla a ordeño (a mano) mejor que varearla, porque la que se golpea se agosta y no da tanto aceite. De cogerla con la mano, mejor con los dedos desnudos que con guantes, pues su dureza no sólo arranca la baya.” (Varrón, R.R. I, 55)

El sistema de recogida del fruto más usado consistía en golpear con una vara larga las ramas del olivo, hasta desprender las aceitunas que, una vez en el suelo, se recogían, se separaban las impurezas y transportaban al molino. El procedimiento de coger las aceitunas a mano, sin emplear las varas, dañaba menos el fruto, pero requería más tiempo y solo resultaba práctico en olivos pequeños y bien podados. Recogerlas del suelo ya caídas no solía hacerse porque el aceite extraído de estas aceitunas era de peor calidad por su elevada acidez.

Recogiendo aceitunas, Mosaico Museo del Bardo, Túnez


Uno de los sistemas de molienda más antiguos consistía en triturar las aceitunas colocadas encima de una piedra lisa, con una piedra cilíndrica que rodaba sobre ellas.

Columela hace referencia a los distintos medios que se usaban para la molienda, estableciendo una prioridad, según la facilidad para su empleo, rendimiento conseguido y la fractura de los huesos, en el orden siguiente: mola olearia, trapetum y canalis et solea.

“Para la fabricación del aceite son más útiles las muelas que la prensa, y la prensa más que el canalis et solea. Las muelas permiten la más fácil ejecución porque según el tamaño de las aceitunas puede bajarse o subirse para que no parta el hueso, que echa a perder el sabor del aceite. A su vez la prensa realiza más trabajo y más fácil que la solea y el canalis. Hay también una máquina parecida a un trillo vertical, que se llama tudicula, y que no hace mal el trabajo, salvo que se estropea con frecuencia y, si acumulas en ella un poco más de aceituna, se atasca."(Col. De R.R. XII, 53)

En la mola olearia, las aceitunas se molían colocándolas encima de una gran piedra plana, lisa o acanalada en sentido radial, que tenía una cierta inclinación hacia su centro, donde tenía un orificio redondo que servía de anclaje para el vástago encargado de sujetar la piedra circular. La piedra circular o mola olearia rodaba sobre el basamento descrito anteriormente, accionada por hombres o por animales.


Trapetum, Museo Boscoreale, Italia, foto de Samuel López

El trapetum consistía en un basamento de roca volcánica tallada en forma de mortero (mortarium) donde se depositaban las aceitunas que pasaban a través de dos piedras semiesféricas, planas en su cara interior y convexas en su cara exterior (orbis) que se insertaban en un eje de hierro (columella) unido al mortarium mediante una columna también de roca volcánica (millarium). En el procedimiento de canalis et solea, se pisaba el fruto con unos zuecos (solea) en grandes depósitos y se recogía en un conducto (canalis).

La introducción de la prensa torcular mejoró el prensado que originalmente se había estado haciendo con el pisado o la compresión por pesos. El torcular estaba compuesto por dos pilares de madera (arbores) hundidos en el suelo que encuadraban una pesada viga (praelum) que ejercía presión mediante una plancha circular (orbis olearius) sobre la tabla de prensa donde se colocaban las olivas (area) en un cesto (fiscina), o varios. Así se obtenía el aceite de primera prensa, luego se bañaba la pasta con agua caliente y se hacía una segunda e incluso tercera presión.

Maqueta de trujal con mola olearia realizada por Samuel López  en 2012

Detalle de la maqueta con prensa y contrapeso


La prensa de palanca y tornillo sobre contrapeso surge a finales del siglo II a.C., y obtuvo gran éxito porque era resistente, segura y ahorraba trabajo, teniendo gran difusión en el Bajo Imperio. La prensa de tornillo directo, de finales del siglo I a. C. se estimaba por ser precisa y regular, pero exigía más mano de obra y era más frágil.

Después del prensado, el aceite pasaba a unos depósitos recubiertos de opus signinum (laca), y a unas pilas y recipientes (labra y dolia), colocados en hileras, como recomienda Columela, para su decantación, y como el primer aceite obtenido era el de mejor calidad, había que cuidar que los distintos prensados no se mezclaran.

Para decantar el aceite y separarlo de los restos (amurca) y del alpechín, se vertía en recipientes donde los restos caían en el fondo y el aceite quedaba por ene recogía con una especie de cuchara (atella).


Anfora olearia, Museo Arqueológico de Tarragona

Después de trasegarlo varias veces, se dejaba en grandes recipientes cerámicos (dolia olearia), que se limpiaban e impermeabilizaban, después se almacenaban en las cella olearia, que para evitar que el frío enranciara el aceite, se orientaban al sur o, incluso, se calentaban por hipocausto.

Para su comercialización se transportaban en odres de cuero hasta el puerto, donde se envasaba en ánforas redondeadas y con el fondo en forma de pico, que estaban diseñadas para el transporte por mar y río y se colocaban en posición vertical, encajadas perfectamente unas con otras. Llevaban unos sellos (tituli picta) en las que se indicaba el nombre de los dueños, los exportadores, el día de embarque y de llegada a puerto. Un disco de cerámica, sobre el que se colocaba una pasta hecha con cal y agua, aseguraba su aislamiento. El aceite de la Bética viajaba a bordo de naves especiales (navi oleari) hasta el puerto de Ostia, desde donde remontando el río Tíber llegaba a Roma para distribuirlo a las demás provincias.

“El tiempo más proporcionado para la recolección de la aceituna es por lo común a principios del mes de diciembre. Pues antes de este tiempo se hace el aceite acerbo, que llaman de estío, cerca de este mes se saca el verde, y después el maduro.”(Columela, XII, 50)

El aceite se clasificaba según su calidad. El oleum omphacium era el mejor. Se extraía de las aceitunas verdes en el mes de septiembre, y se destinaba a las ofrendas religiosas y a la fabricación de perfumes. El oleum viride se preparaba en Diciembre con las aceitunas de color cambiante (entre el verde y el negro), que daban más aceite, con un sabor más suave y afrutado. Dependiendo de cómo se había cogido la aceituna, del tiempo transcurrido hasta su procesado y del modo de prensarla se clasificaba como: oleum flos, obtenido de la primera y muy ligera presión, pero debido a su precio, se reservaba sólo para el aliño de las ensaladas; oleum sequens, que se lograba a partir de una segunda y más intensa presión, en la que se calentaba con agua y la masa de aceitunas para extraer más fruto; oleum cibarium, obtenido de las siguientes prensadas y utilizado habitualmente en la cocina, pero de sabor un tanto acre, por lo que no podía conservarse más de un año. El oleum acerbum se hacía con las aceitunas caídas en el suelo y era de inferior calidad.


“Las aceitunas columbares se preparan como sigue: en los cañizos de las aceitunas se esparce poleo y se echa miel, vinagre y un poquito de sal formando una capa intercalada. O también se extenderán las aceitunas sobre unas hojas de hinojo, eneldo o lentisco; se colocan unas ramitas de olivo y se vierte por encima una hemina de vinagre y salmuera, y se irá superponiendo piso por piso hasta llenar el recipiente.” (Paladio, XII, 21)

Las aceitunas se servían como entradas en los banquetes, y eran un elemento básico en la alimentación de los romanos. La gente humilde las consumía como parte de su dieta. Muchas recetas indicaban el proceso para aliñarlas y conservarlas en salmuera, por lo que se podían consumir en cualquier momento.



Balsamario para aceite del baño, Museo de Nápoles
El aceite se utilizaba para el aseo corporal y la cosmética, como base para la elaboración de perfumes y en medicina. Hidrataba la piel y servía para los baños y masajes.

Considerado como producto energético y nutritivo, el aceite de mejor calidad se empleaba para aderezar los platos más exquisitos, preparar salsas y aliñar ensaladas.


El aceite más corriente era empleado como combustible para la iluminación en las lámparas de cerámica o bronce.


En las ceremonias religiosas el aceite se ofrecía como libación a los dioses.


En la villa romana de Carranque se han encontrado unas instalaciones que permiten afirmar que durante un largo tiempo entre el Alto Imperio y el final de la villa, ésta se dedicó a la producción del aceite. En concreto se han hallado zonas de prensado y almacenamiento.



martes, 23 de abril de 2013

Pintura en las villas romanas




Villa de los Misterios, Pompeya

La función de la vivienda pompeyana era proporcionar a su propietario el lugar más agradable posible donde relajarse, pero también ofrecerle un entorno figurativo y lujoso para celebrar reuniones y encuentros. Este estilo de vida no era patrimonio exclusivo de los aristocráticos y los individuos acomodados, sino que poco a poco fue adoptado por más clases sociales que empleaban esas espléndidas ornamentaciones para poner de relieve la posición y cultura que habían conseguido. La pintura mural era una de las preferidas entre las múltiples creaciones artesanales empleadas por los decoradores pompeyanos.

Pintura jardín de casa de Livia en Prima Porta, Museo Nacional de Roma

Sofisticada arquitectura, exuberantes jardines, vistas de paisajes, animadas escenas de la vida cotidiana y naturalezas muertas ocupaban paredes enteras, aunque los temas favoritos eran las pinturas que representaban escenas mitológicas de los griegos.


Narciso, villa Octavius Quartus, Pompeya

Un pictor experto podía reproducir cualquier variedad vegetal, especie animal y todos los elementos de un jardín real, incluyendo enrejados, balaustradas y fuentes de agua rezumando, en ambientes cerrados para que los dueños pudieran recrear la vista.
La pintura mural romana suele ser al fresco, es decir, los colores se aplicaban sobre la capa final del enlucido cuando aún estaba fresco. El enlucido romano se componía de gravilla fina en las capas iniciales y polvo de mármol o arena volcánica en la capa superficial, a veces reforzado con caolín para mayor brillo de la superficie final una vez abrillantada.
La complejidad del proceso de realización de la pintura mural nos hace suponer cierta planificación previa. Probablemente, los talleres tendrían un repertorio de motivos en pergamino, pero incluso así, tenían que ser  adaptados a las dimensiones de cada pared concreta. Las escenas figurativas eran encomendadas a un especialista, al que se llamaría pictor imaginarius, el cual en el Edicto de precios de 301 d.C., ganaba el doble que el pictor parietarius, pintor de los recercados o marcos.

El estuco romano se solía hacer con agua, polvo de mármol y cal aplicado con relieve sobre unas capas preliminares de mortero de cal (agua, cal y arena). El estuco se aplicaba directamente sobre la capa de base aún fresca, a la que se daría rugosidad para recibirlo. Los pigmentos, mezclados con agua, se aplicaban entonces a esta superficie mientras estaba todavía húmeda. El negro se hacía de sarmientos quemados mezclados con gluten. El más común era el rojo cinabrio, el famoso rojo pompeyano. Plinio divide en dos categorías los pigmentos: los floridos, materiales caros y raros, como el minium (bermellón), armenium (azurita), chrysocolla(malaquita), cinabrio, índigo y púrpura Tiria. El patrón se encargaba de proporcionarlo y pagarlo; los austeros, suministrados por el artista, incluían ocres, tierras, tizas y el compuesto sintético azul egipcio.

Los estilos pompeyanos
Primer estilo o de incrustaciones (s. IV – I a.C.) Imitaban bloques de piedra o placas de mármol de  finas vetas encontradas en los muros de los palacios helenísticos.
Segundo estilo (80 – 15 a.C.) o arquitectónico. Se imitaban espacios arquitectónicos y se introdujo la perspectiva quizás bajo la influencia de los escenarios teatrales. Los pintores crearon la ilusión de que la vista del espectador se extendía más allá de los muros alrededor, incluyendo los paisajes con jardines. A menudo representaban contraventanas descansando en cornisas, rollos de papiro, o vistas desde las ventanas.


Villa Popea, Oplontis, Italia

Tercer estilo (15 a.C. – 50 d.C.) u ornamental.  Desde Augusto a los primeros años del reinado de Claudio. La decoración se hace extremadamente fina y lineal. Desaparecen los efectos espaciales arquitectónicos, pero la decoración sigue enmarcando cuadros con figuras o paisajes. También se representan escenas bucólicas, inspiradas en Virgilio.

Cuarto estilo (50 a.C. – 79 d.C.) o de ilusionismo. Hay un interés por los espacios y la sensación de profundidad, y se crea una ilusión arquitectónica. Se incluyen cortinajes, animales fantásticos, amores infelices. Las figuras ocupan gran extensión e importancia, ocupando el lugar que hasta entonces tenía la escultura, en la necesidad que el romano sentía siempre de imágenes. 

Casa del Poeta Trágico, Pompeya


En Roma se conservan pinturas del siglo III d. C. en las casas del Celio, con motivos paganos y algunos que ya se pueden considerar de temática cristiana.





En España no quedan muchos restos de pinturas al no haberse conservado, pero lo que se ha encontrado sigue los modelos de las villas itálicas y la evolución que se produjo en los siglos del Imperio hasta la llegada del Cristianismo.

Pintura mural, Museo Zaragoza
En las villas tardorromanas del Bajo Imperio, como la del Munts, en Tarragona, se pueden ver paredes con pinturas en habitaciones, en las que suele haber un zócalo imitando otros materiales, y con el rojo como color predominante.





jueves, 14 de marzo de 2013

¿Qué es una villa romana?


Mosaico Dominus Julius,  Túnez

La villa rustica puede ser una modesta construcción o una mansión lujosa en el campo al servicio de una explotación agrícola (fundus).
La villa constituye un conjunto arquitectónico formado por una serie de estancias con una distribución y orientación condicionadas por el gusto del propietario y la propia situación de la finca de forma que pueda proporcionar a la familia una agradable estancia.
Columela en el siglo I aconseja sobre cómo debe ser la finca para que sea rentable y hace una división en pars urbana, pars rustica y pars fructuraria.
Para la ubicación de una villa debía tenerse en cuenta, además de la fertilidad del suelo, su cercanía a ríos o manantiales,  que disfrutase de una buena panorámica y un clima benigno. Y próxima a la ciudad para facilitar la visita del dueño. Además para la comercialización de los productos debía estar cerca de vías de comunicación y mercados. Contar con la existencia de estructuras agrarias anteriores y con que la mentalidad de los indígenas vecinos fuera próxima a la romana era también un factor a considerar en el establecimiento de una villa.
La pars urbana es la destinada a acomodar al propietario y su familia y debe incluir una casa que les ofrezca todas las comodidades de las que disfrutan en la ciudad. Es por ello que su distribución en los primeros tiempos  se corresponde  a la de típica domus itálica, por lo que comparten la disposición  en torno a un patio con peristilo, alrededor del cual se organizan las diferentes estancias.  En el Bajo Imperio cuando los propietarios residen habitualmente en la villa, aparecen estancias más lujosas y se añaden galerías con columnas y jardines.
La pars urbana es el área residencial del señor o dominusy en su calidad constructiva y decoración se manifiesta el prestigio social y la riqueza de la familia. En esta zona el propietario se dedica al descanso, al ocio y a la administración de sus asuntos y propiedades.

Detalle mosaico de  Santa Constanza, Roma

La pars rustica es donde se ubica la cocina con techo alto para evitar el peligro de incendio. Se encuentran allí los cuartos de los esclavos y del vilicus, capataz de la finca. Este debería estar cerca de la puerta para controlar las salidas y las entradas. En esta parte se guardan las herramientas agrícolas y se construyen los corrales y establos de los animales.

En la pars fructuaria se hallan los establos, graneros, molinos y es el lugar donde se producen y elaboran los productos del campo.

Dentro del recinto de la finca se encuentran los huertos, frutales y jardines con flores. Fuera y repartidos según la condición del suelo, se hallan las viñas, olivares, arboledas, los campos de cultivo, los prados y las regiones boscosas para la caza.
El tamaño y riqueza de una villa va a depender en gran medida de la época y del estatus social y económico del propietario. Durante la República se constituían pequeños y medianos centros de explotación en los que la mano de obra es mayoritariamente esclava, en un principio, pero va disminuyendo hacia el final de la época.
Durante el Alto Imperio la villa se hace más confortable y acoge durante sus visitas al dueño, que es generalmente absentista, aunque a partir del siglo II empezará a convertirse en su residencia permanente. Los trabajadores son mayoritariamente libres e incluso algunos son colonos o arrendatarios, vinculados a la tierra, y con algunos derechos sometidos a los amos.


Detalle mosaico villa de Carranque, Toledo

Ya en el Bajo Imperio las villas reflejan gran suntuosidad en su construcción y decoración, reflejada en las pinturas y mosaicos de sus estancias, y a partir del siglo III se produce la concentración de la propiedad y el desarrollo de los latifundios. Los propietarios residen habitualmente en sus villas, ya que abandonan la ciudad por los problemas políticos y económicos que se producen en la misma y cumplen la función de patronos y protectores de sus trabajadores.

sábado, 12 de enero de 2013

Mosaicos en la villa romana. Pavimenta tessellata




Mosaico polícromo, Carranque

La decoración de pavimentos con mosaicos tiene su mayor apogeo en el mundo romano, pero empieza a desarrollarse anteriormente. En Pella, la antigua capital macedonia, se crearon espléndidas imágenes realizadas con cantos rodados de distintos colores.
El empleo de teselas pequeños cubos de piedra dio origen al opus tesselatum,  por el que la aplicación de los materiales era más fácil y rápida y la gama de colores era más amplia. Un pulido más liso y uniforme hacía resaltar el colorido de los mármoles.

Pavimento opus sectile, Ostia
El opus signinum, típico de la época republicana y frecuente hasta el siglo I d. C., se caracterizaba por el enriquecimiento del pavimento con pequeñas teselas en blanco y negro.

Un revestimiento de lujo era la incrustación de lastras de mármol cortadas con diseños geométricos que constituía el opus sectile. En la época de Alejandro Severo la utilización de pórfido rojo y serpentino verde dio lugar al opus alexandrinum. El opus scutulatum consistía en insertar en el mortero pequeños fragmentos de piedra  o mármol.
Generalmente las teselas se cortaban en cubos de aproximadamente 1 cm, y podían ser de cerámica o vidrio. Dependiendo de la composición o riqueza del mosaico, los materiales podían conseguirse de canteras locales o podían ser importados, como algunos mármoles.
Según Vitrubio el primer nivel de preparación para la fabricación del mosaico era el statumen, formado por piedras gruesas; seguía el rudus, con fragmentos más pequeños de piedras mezcladas con un mortero de cal y arena. El nucleus se realizaba con un mortero de cal con productos muy finos, como ladrillo machacado o polvo de mármol. Sobre él se extendía una plantilla para hacer el dibujo y después se colocaban las teselas. Lo último del proceso era pulir la superficie con piedras areniscas. Los otros modelos de mosaico suponían una ejecución y proceso diferentes.

Mosaico blanco y negro, Hospitia, Villa Adriana, Tivoli

Los talleres musivarios se componían por trabajadores especializados que se desplazaban a los lugares donde se les encargaba el trabajo. Por el edicto de Diocleciano sabemos los oficios relacionados con los talleres.  El pictor imaginarius era el creador de la composición decorativa; el musivarius organizaba el trabajo y se responsabilizaba de los aspectos cotidianos de la obra; el tessellarius se encargaba de la colocación de las teselas; el calcis coctor preparaba la cal para la realización de los morteros, el lapidarius structor cortaba las teselas y los caementarius y tirocinum (albañiles y aprendices) preparaban el suelo.

Con la romanización de las nuevas provincias conquistadas, se extiende el uso del mosaico y surgen talleres con un estilo propio. En Occidente destacan las “escuelas” italiana y la africana. La primera con motivos en blanco y negro y desarrollada del siglo I al III d. C. con Ostia, como lugar representativo. La africana con más policromía, motivos vegetales y figurativos, con escenas de caza y de anfiteatro preferentemente. La escuela oriental, con foco principal en Siria, destacaba por el color, su tradición helenista y los temas mitológicos o dibujos figurativos y geométricos.  Los talleres exportaban sus diseños a todo el Imperio, por lo que es habitual encontrar paralelismos en los mosaicos de diferentes regiones del imperio.

Opus vermiculatum, Museo Vaticano

A finales del siglo I. d.C. los artesanos empezaron a copiar en las paredes las representaciones pictóricas, utilizando el opus vermiculatum,  cuya utilización de diminutas teselas permitía una gran precisión en el dibujo. En el siglo IV d.C. los mosaicos murales sirvieron para decorar los palacios imperiales y las iglesias.
 Solo los romanos más ricos podían permitirse un pavimento de mosaico, que era signo de ostentación y poder.  A  partir del siglo IV d. C. el arte del mosaico empezará a decaer al haber escasez de materias primas. La simplificación de formas y la reducción de la policromía se irán imponiendo, hasta que el alto coste hizo imposible mantener su realización en el ámbito privado y su uso se restringió a los edificios públicos y religiosos. Con el reconocimiento del Cristianismo comienza el apogeo de los mosaicos en pasta vítrea y el abandono de la decoración de suelos y  su traslado a muros, bóvedas, arcos y cúpulas y el comienzo del arte bizantino.

jueves, 13 de diciembre de 2012

De caza por la zona

Piazza Armerina, Sicilia
Al igual que ahora muchos hombres salen de caza los domingos por la zona de la Sagra, la actividad cinegética era uno de los pasatiempos favoritos de los propietarios de villas romanas. En la época se pensaba que servía para fortalecer el carácter y para ejercitarse físicamente en tiempos de paz, además de para proteger a los rebaños.
El ritual de la caza empezaría, por lo que parece, muy probablemente con la ofrenda a Diana cazadora, protectora de los bosques y de los montes. Los criados portarían estacas, redes y demás aparejos. Después seguiría la caza propiamente dicha. Posteriormente un descanso en el que se hacía una comida y la jornada terminaría con la vuelta a casa de los cazadores y los esclavos cargando con las piezas conseguidas.
La cacería a caballo de venados y jabalíes se realizaba haciendo huir a la presa conduciéndola hacia unas redes y usando lanzas y flechas para abatirla. Los perros formaban parte de la persecución de los animales grandes o pequeños y eran muy apreciados por sus dueños, que ponían sus nombres en los mosaicos de sus residencias.

Durante el Bajo Imperio se elaboraron ricos mosaicos y otras piezas artísticas con motivos de caza. Con ello el propietario de la villa deseaba mostrar el triunfo del Bien sobre el Mal ( la victoria del hombre sobre la bestia) y al mismo tiempo expresar su status social, pues solo los ricos podían dedicarse a esta actividad.
La aparición de animales salvajes en algunos mosaicos en lugares donde era imposible encontrarlos, puede significar que se copiaban los motivos de mosaicos africanos y asiáticos, además de identificarse con el poder imperial, pues solo los emperadores o altos cargos podrían tener la opción de cazar estos animales.
El emperador Adriano fue un gran aficionado de las cacerías, que compartía con sus amigos, y se dice que mató a un león, y que llegó a romperse la clavícula y una costilla con esta actividad.


Mosaico Adonis, Carranque

En la villa de Carranque se funde, en un mosaico de una sala de recepción, el mito de Adonis, que encuentra la muerte al enfrentarse con un jabalí, practicando su actividad favorita , la caza; pasatiempo que estaría, seguramente, entre las actividades preferidas del dueño de la villa. En el mosaico aparecen el dios Marte y Venus, que contemplan la escena en que Adonis lucha con un jabalí, mientras que en otro plano  se representan los perros con sus nombres, Leander y Titurus, que acompañarían a su amo en sus excursiones cinegéticas.

Las aves solían ser cazadas con el método del aucupium, que consistía en una caña untada con una sustancia pegajosa en la que los pájaros quedaban adheridos y atrapados. La caza de la perdiz con una enjaulada como reclamo también era una práctica común. Asimismo era habitual la cetrería o caza con halcón.

martes, 10 de julio de 2012

Carranque, patrimonio y entorno natural

Carranque, pueblo de la Carpetania romana, pertenece a la comarca de La Sagra, al norte de la provincia de Toledo. Por su atractivo turístico y su variado paisaje está incluido en la ruta del Quijote. Desde el pueblo se puede llegar al Parque Arqueólogico, por un camino de unos cinco kilómetros que transcurre junto a arroyos, cultivos y arboledas, hasta el río Guadarrama, que se cruza por un puente peatonal, para acceder al Parque, donde se visita el centro de interpretación y la villa romana con sus mosaicos. La visita empieza con un audiovisual en el que se ve cómo pudo ser la villa en la antigüedad, con una recreación de la vida en la casa. Antes de iniciar el paseo hacia la villa, es conveniente dar una vuelta por el museo, que contiene las piezas halladas en el yacimiento y algunas maquetas realizadas en los talleres.
En el recorrido hacia el Parque encontraremos diversas especies animales, como los conejos y perdices representados en los mosaicos, además de otras aves, como el cernícalo y el mochuelo.
Llegando a la orilla del río, se ven las erosionadas cárcavas y la abundante vegetación de ribera, como cañas y juncos. En los remansos todavía se refugian la focha común y el ánade real.
El paseo hasta el Parque nos proporcionará la posibilidad de disfrutar de lo variado del entorno, de encontrar restos de cerámica romana o recoger zarzamoras para hacer una buena mermelada en temporada.